LA reciente presentación en Londres del Índice de Progreso Social 2014 ha dado lugar a un nuevo proceso cuyo objetivo no es otro que impactar en la redefinición de las agendas de los gobiernos, empresas y sociedades en sus modelos de negocio y, sobre todo, políticas públicas. El movimiento, aún incipiente, en torno al reclamo por la interacción convergente y simultánea entre las necesidades sociales y la creación de valor económico, es una realidad que se extiende al mundo de la estrategia empresarial, las políticas de desarrollo y cuenta, además, con un nuevo índice que permite medir indicadores críticos sobre los que actuar, a la vez que compararlo con el tradicional PIB que nos ha acompañado por décadas.
El prestigioso profesor Michael E. Porter, máximo responsable académico del mencionado Índice de Progreso Social (avalado, en especial en esta materia, entre otras cosas, por haber dirigido durante años la elaboración del conocido Índice Global de Competitividad que, con carácter anual, publica el World Economic Forum y sirve de base de decisión a 140 países a lo largo del mundo) destacaba en su presentación el por qué y para qué de este nuevo índice así como, sobre todo, este refuerzo en un movimiento hacia el progreso social y el valor compartido empresa-sociedad. Nos recordaba una evidencia: "Pese a diversos esfuerzos, aún no entendemos la verdadera conexión entre desarrollo económico y desarrollo social, no contemplamos una visión holística del desarrollo y, en consecuencia, no hemos acertado en la correcta definición de las políticas sociales necesarias. Nos hemos acercado a conceptos de crecimiento y desarrollo desde el PIB y hemos intentado avanzar en otro tipo de índices, hemos mezclado indicadores sociales (pocos y escasamente claros) con el peso del PIB y su dominio económico". En este camino, han aparecido diferentes aproximaciones como el Índice de Desarrollo Humano e incluso el de la Felicidad, pero anclados en la visión económica del PIB. Esta desconexión es real, si bien es verdad que se ha venido mitigando con un cada vez mayor esfuerzo por unir determinadas políticas económicas y sociales en estrategias convergentes y que, poco a poco, interiorizamos en determinadas políticas y estrategias el hecho de que, también, las políticas sociales y redes de bienestar son facilitadoras del desarrollo económico. Aun así, tal y como han publicado recientemente Stiglitz y Fitoussi -Mismeasuring our lives (Midiendo mal nuestras vidas)- seguimos instalados en el per cápita que, además, resulta engañoso con medios irreales penalizadores de las poblaciones desfavorecidas siendo claramente distorsionador de la realidad.
De esta forma, de la mano de 52 indicadores sociales en torno a 3 pilares determinantes (Necesidades Humanas Básicas, Bases del Bienestar y Oportunidades de Desarrollo), se alcanzaría el Progreso Social entendido como "la capacidad de una sociedad para alcanzar las necesidades humanas de los ciudadanos al objeto de establecer aquellos fundamentos sólidos que permitan a los ciudadanos y sus comunidades mejorar y sostener su calidad de vida creando las condiciones par que todos participen de un bienestar inclusivo".
Por el contrario, con sus limitaciones, pese al deterioro de los últimos años de crisis y las políticas restrictivas del bienestar en Europa, salvo los casos de Canadá y Austria, son los países Europeos los mejor situados en ese grupo de cabeza de los primeros 16 Estados en el ranking. Se trata, sin duda, de un buen reclamo, en los tiempos que corren, para los defensores de las políticas de bienestar en detrimento de los defensores a ultranza de un libre mercado.
En ese pelotón de cabeza, la "estrategia vasca" en torno a un modelo de competitividad en solidaridad haciendo de la convergencia permanente entre sus políticas industriales, sus políticas sociales y sus políticas de cohesión territorial parecen justificar y demostrar su acierto y el camino a seguir.
En definitiva, asistimos al despliegue de un nuevo movimiento que se abre camino, paso a paso, desde la solidez conceptual, la evidencia diferenciada y la extendida demanda social. La necesaria interconexión economía-sociedad cobra carta de naturaleza y exige una clara reorientación de las políticas hacia la prioridad tantas veces anunciada: las personas. Un tránsito aún incipiente. No obstante, más allá de un indice, lo relevante es actuar sobre sus indicadores, focalizando estrategias y políticas concretas sobre todos aquellos relevantes críticos. Disponemos, hoy, de mejores instrumentos para afrontar los nuevos desafíos. A partir de aquí, en los próximos años, recorreremos, sin duda, nuevos caminos pro -cápita, es decir, al servicio de las personas.