a estas alturas, la crisis nos ha enseñado hasta qué punto una mala situación puede empeorar pese a pronósticos que hablen de brotes verdes o síntomas positivos. Sin embargo, la sociedad sigue siendo objeto de los delirios de grandeza y las promesas electoralistas que utilizan los políticos para dibujar un escenario favorable a sus intereses partidistas. Debiéramos estar inmunizados ante semejante estrategia, máxime ahora, cuando los datos macroeconómicos señalan que la economía empieza a salir de la recesión técnica. Estamos al inicio de la poscrisis. Un escenario tan complicado o más que la propia crisis, porque ya no se trata de resistir los embates del tsunami sino de empezar la reconstrucción de una sociedad rota en mil pedazos.
Claro que, para reconstruir es necesario, junto a los medios económicos y físicos, contar con unidad y voluntad de acción más allá de intereses electoralistas, así como de tener esperanza en un futuro mejor para todos. Para ello es imprescindible conocer la verdad sin los paños calientes paternalistas que nos regalan esos gobernantes que glorifican su política económica con frases rimbombantes que poco o nada tienen que ver con la realidad social y que, en un marco de extrema necesidad, sirven como clavo ardiendo al que muchos tratarán de agarrarse. Así somos los humanos. Somos capaces de creer en leyendas fantásticas y negamos las evidencias de la razón.
Y, ¿qué es lo que sugiere la razón? En primer lugar señala un escenario lamentable que se prolongará muchos años por la existencia de una monumental bolsa de pobreza y una desorbitante tasa de paro que aumenta el riesgo de exclusión social. Un principio humano dice que no se puede abandonar a su suerte a estas personas porque no son culpables de la crisis ni de su precaria situación, sino los perjudicados del monopolio financiero especulativo. Tratar de reconstruir el monopolio, dejando en ruinas y abandonadas a su suerte a las víctimas, es una inhumanidad, agravada con las promesas de un mundo mejor que, en el mejor de los casos, no llegará para todos.
Conviene no olvidar que la crisis no ha sido provocada por un excesivo gasto público para cubrir las necesidades humanas básicas del estado de bienestar. No es un problema de gasto público sino de ingresos fiscales. Sin embargo ahora, hay menos ingresos por la destrucción de empleo y la caída del consumo, mientras el gasto público sube porque también aumentan las partidas presupuestarias para la asistencia a los necesitados (parados de larga duración, familias sin ingresos, etc...) y por el pago de los intereses de la creciente deuda pública.
Una sociedad empobrecida, incluso menesterosa, y altamente endeudada comprime la capacidad de ahorro y consumo privado, lo cual incide negativamente en la creación de empleo, y también impide a los gobiernos incentivar la generación de empleo mediante la obra pública o el desarrollo tecnológico de los sectores productivos. Este último factor es fundamental e imprescindible de cara al futuro si queremos una industria competitiva en el mundo. Claro que, si no hay crédito, las empresas no pueden invertir en I+D+i. Podemos argumentar, como causa de nuestros males, la avaricia y desregulación del mercado financiero, así como la sumisión de 'disciplinados gobiernos' que recortan los escasos medios económicos para cubrir las necesidades humanas básicas. Pero esos silogismos no nos sacarán de la actual situación.
No podemos refugiarnos en la lamentación. La reconstrucción social durará muchos años y sólo es posible mediante la solidaridad y gran sacrificio del conjunto de la sociedad. Sin exclusiones. Sin favoritismo. Sin electoralismo. Hace casi siete décadas Europa se reconstruyó gracias a una fuerte inyección económica (Plan Marshall) y a la voluntad de acción conjunta de los principales países hasta el punto de poner el germen de lo que hoy conocemos como Unión Europea.
Pues bien, aunque las circunstancias no son las mismas, la receta para la reconstrucción sí lo es. Entonces como ahora, el recorrido no es fácil. Los europeos eran conscientes, en los años 40, del tortuoso camino que tenían por delante, pero conocían la verdad, palpable en la cruel destrucción de ciudades, y estaban motivados por gobernantes que se ponían el buzo de trabajo para levantar, piedra sobre piedra, un continente doliente por los dramas humanos.
Hoy en día ocurre algo similar en muchas partes de Europa. Los próximos años serán muy duros para atender a los más necesitados y desarrollar las mejores condiciones para el crecimiento real de la economía (competitividad empresarial, creación de empleo y crecimiento del mercado interno), pero no tenemos el incentivo de la verdad gubernamental ni la esperanza de la solidaridad.