finalizado el último partido del año, el asunto pinta pero que muy bien para el Athletic. Nada menos que afianzado en la cuarta plaza, a cuatro puntos de distancia de su inmediato perseguidor, nuestros amantísimos convecinos de la Real Sociedad. Además la afición farda de nuevo estadio, que además de bonito, con ese colores tan vivos, de rojo pasión, se ha convertido en una fortaleza inexpugnable, y eso que tiene un formidable boquete en la popa (¿o es en la proa?), por donde penetran las aguas que transportan las ventiscas.
Pero lo mejor de todo es el parque de atracciones que han montado en su interior. Salvo el plácido encuentro copero frente al Celta del otro día, el personal se marcha de San Mamés con unos sudores de aúpa, consecuencia de las angustias que provocan las veleidades del Athletic, que lo mismo sale con una torrija espantosa para luego enmendar la plana a la brava, poniendo al personal a cien con sus remontadas, que deja las angustias para el tramo final, como ayer, es decir, demuestra que es superior al Rayo, pero no remata el partido; recibe un gol inverosímil, reacciona como hidalgo viejo ante asunto de honor y cuando recobra el dominio de la escena vuelve el vértigo, el miedo a recibir un gol postrero; a terminar el año con esa desazón. ¡Árbitro, pita ya...! y al fin pitó el árbitro, y el personal dejó San Mamés resoplando y con el corazón cabalgando en el pecho del susto, pero más contento que unas pascuas, y gritando ¡esto es Hollywood!, y la película siempre acaba bien.
Hay que ver el mérito que tiene el Rayo, y su técnico, Paco Jémez, que pretende jugar como el mismísmo Barça, pero con material de baratillo, dicho sin ánimo de ofender. La propuesta del equipo madrileño hizo posible un partido vibrante, pero con jugadores que no meten un gol ni al arco iris es complicado mantener el tipo y la permanencia en Primera División. El Rayo se queda clavado en la penúltima posición y es, con avaricia, el equipo más goleado del campeonato, con 40 chicharros en el capazo.
En cierto modo me recuerda lo que ocurría en el Athletic hace justo un año, con el inefable Marcelo Bielsa al frente. Eliminado de la Copa por el Eibar, entonces un Segunda B; en la Liga los leones ocupaban la decimotercera posición en la tabla, además de ser el segundo equipo más goleado de la categoría, con 34 tantos en contra, solo superado por el colista Deportivo.
Y sin embargo el Loco mantenía su capacidad de seducción. Subyugaba por su carisma. Aquellas sublimes reflexiones, la sinceridad a carne abierta e incluso su propuesta balompédica, aunque el equipo rojiblanco hiciera aguas por todos sus costales. Ha pasado un año y no hay espacio para la nostalgia. Sucede cuando las cosas chutan de maravilla, y eso pasa bajo el mando del sucesor, Ernesto Valverde.
"Las segundas partes, salvo la de El Padrino, dicen que no son buenas", afirmó el técnico el día de su presentación, allá por agosto, y resulta que al frente del Athletic tenemos al mismísimo Ernesto Corleone, Don.
Si en la primera parte de la emérita trilogía filmada por el gran Francis Ford Coppola Al Pacino era tierno, pusilánime y tenía cara como de apamplao, en la segunda se transformó en un sujeto sagaz, sin escrúpulos y muchas agallas, el muy cabrón. No sé que habrá hecho Don Ernesto con Gorka Iraizoz, pero ahora nadie discute su idoneidad en la portería bilbaina. Me da que un día le metió la cabeza de un caballo entre las sábanas y... ¿Y qué me dicen de Herrera? ¡Conque te quiere el Manchester...! pues aquí, como no espabiles, ni la hueles.
Don Ernesto ha sabido reactivar a Iker Muniain, rescatado de la indolencia y abulia que exhibió la campaña anterior, hasta convertirse en un referente clave para el equipo. De repente Mikel Balenziaga ha terminado con el eterno debate sobre el lateral izquierdo; Mikel Rico es un chico para todo tan eficaz que hasta marca goles como el que más; y Aymeric Laporte se comporta con donaire de mariscal.
El Don sabe recompensar la fidelidad ciega, y por eso otorga a Gaizka Toquero la bula de la titularidad, pero también entiende a los artistas, aunque Mikel Susaeta tenga un día con las musas evanescentes; y tarde o temprano meterá en cintura a Beñat con alguna proposición de esas que no se pueden rechazar.
Acaba el año y la hinchada sueña y brinda por un futuro próspero. Ha recuperado la ilusión, y se lo pasa bomba con este Athetic cada vez más forjado, divertido, luchador, vertiginoso y de espíritu ganador.