El dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht fue duro y tajante al considerar desgraciado el país que necesita héroes. No creo que llegue a tanto, pero la realidad es que en los últimos tiempos ha surgido un puñado de paladines que arriman el hombro y se acercan a socorrer a la ciudadanía en apuros, como mandan los cánones de cualquier Superman que se precie. Hace falta gente así, gente decidida que rompa el caparazón y se muestre sensible y abierta a los problemas del prójimo, gente que acuda a socorrer a los superhéroes que acuden, a diario, al Banco de Alimentos de Bizkaia, donde tanta gente tiene hipotecada su esperanza de comer a diario o a Hontza, al centro de acogida nocturna para drogadictos, donde se invita a conciliar el sueño para aplacar una vida de pesadilla. El triste escuadrón de los hambrientos y los enganchados forma una legión de supervivientes. Pero no es fácil moverse en esa tierra de héroes. Nada fácil.
Había que decirlo, sí. Era necesario reconocer a ese mundo de invisibles, quizás porque a su paso nos convertimos en cabezas gachas, no sé bien si por vergüenza o por temor a vernos como ellos cualquier día. Pero también hay que reconocer que hay gente que levanta la mirada. Diez años lleva Cáritas dándole reposo a los viejos guerreros del caballo blanco, tristes héroes de la heroína. Su trabajo es impagable. Como también lo es el de Fito Cabrales. Su decisión de devolverle al pueblo lo que el pueblo le dio, le honra. Da la impresión de que la letra de una de sus canciones, aquella que dice: "He salido a la calle abrazado a la tristeza/ vi lo que no mira nadie y me dio vergüenza y pena".