euskal Telebista inventó en los años noventa el debate sociopolítico de la noche de los viernes. Y tuvo éxito, primero con Rifi Rafe y después con Toma y Daca, hasta que se agotó el modelo. Una década después creó la tertulia de larga duración en horas vespertinas, hasta entonces raptadas por chismes y culebrones, convirtiendo a Pásalo en un referente, imitado más tarde por otras cadenas. Y en julio ETB reinventó el diálogo cruzado en el prime time de los viernes con El Dilema que, tras un inicial 9,4%, no está consiguiendo por ahora el suficiente respaldo popular, a pesar de su inmejorable diseño de producción, su ponderado estilo y su pluralismo, muy lejos de la discusión cañera y sesgada de otras tertulias nocturnas. Y como la medida de la tele es la audiencia -como en la vida el dinero- su continuidad pende de un hilo. Así es la tele, así es la vida: cruel y voluble.
Cabría recordar a la dirección de ETB con qué sombríos registros comenzó Pásalo en 2004 y cómo gracias a la intuición que todo proyecto requiere este programa llegó a doblar la cuota media de la cadena. La diferencia entre lo privado y lo público en la tele es la paciencia, la capacidad de esperar a que una siembra obtenga sus frutos. Y la superioridad de la información sobre el entretenimiento. Es posible que El Dilema demande algunas mejoras, más ritmo, apretar el diálogo para que la solvencia de los oradores no se confunda con el tedio: una combinación de ideas y emociones. Quizás mayor intensidad y pasión. Su dilema está en cómo agitar el producto sin conducirlo al coloquio revuelto de la tertulia española y cómo llegar a situarse en ese punto mágico en que conviven, sin anularse, corazón y cerebro.
Pediría una inteligente oportunidad para este espacio. Euskadi tiene que demoler con palabras las viejas trincheras, hablar de futuro y pasado sin miedo y escucharnos con cierta serenidad. Tenemos algunos dilemas pendientes. Sí, hay debates a la mañana y la tarde; pero necesitamos ese diálogo con más presencia, cuando hay quórum alrededor de ETB.