Nuestro renovado Parlamento Vasco ofrece muestras evidentes de los heterogéneos modelos de país y de sociedad defendidos por las diversas fuerzas políticas vascas con representación parlamentaria. La cuestión identitaria ocupará, sin duda, una parte del debate político durante esta nueva legislatura, vinculado al necesario proceso de normalización política, pero no debería estar desligado de la otra idea-motor del debate: las propuestas y modelos para mitigar los efectos de la crisis en Euskadi.

Es posible, y en estos momentos casi imprescindible, ligar o vincular ambas dimensiones: una nación como Euskadi, en la que el poder de la identidad nacional es motor de avance del autogobierno, debe evitar un absurdo choque de simbolismos entre el viejo concepto de Estado-nación y el emergente valor o concepto de Estado-región, potenciado por el mercado y las fuerzas e inercias globalizadoras. El nuevo escenario mundial difumina el poder de los Estados, y es preciso evitar la proyección mimética de los defectos y los tótems o mitos ya superados, para avanzar de forma efectiva hacia un nuevo concepto de soberanía más efectiva que simbólica.

En la coctelera de factores a tener en cuenta en esta reflexión hemos de sumar globalización, identidad colectiva, desarrollo económico y cohesión social. Ese factor identitario se refuerza a través de una renovada y necesaria cooperación cultural desde la diversidad que potencie la revitalización y el desarrollo de nuestra cultura vasca y su proyección a Europa y al resto del mundo. Una de las consecuencias más importantes de la imbricación de las dos dinámicas que caracterizan la actual fase del proceso de mundialización/globalización y de reafirmación nacional identitaria es la crisis del modelo de Estado-nación. Éste ha dejado de ser ya el principal centro de las decisiones económicas y políticas, al haber sido transferidos a las fuerzas e instituciones del mercado gran parte de los contenidos definidores de la tradicional soberanía.

Y el debate sobre la reestructuración jurídica del poder territorial en el Estado español cobra su verdadero significado si no lo restringimos al marco estatal y lo situamos en el contexto más amplio de la nueva estructuración política de Europa y del mundo. En este contexto hay que situar hoy temas como el de la soberanía compartida o el del derecho a la autodeterminación, transformado en un derecho de secesión. El viejo principio de las nacionalidades, cristalizado en la segunda década del siglo XX, que señalaba como objetivo que "a cada nación corresponda un Estado" no es viable o materializable en la práctica. Y ello es debido tanto a que el mundo actual no se compone ya solo de Estados, sino también de nacionalidades o pueblos-nación sin Estado, reafirmados en su identidad con avances competenciales e insertados en el proceso globalizador, junto a grandes corporaciones económicas transnacionales e instancias políticas supraestatales. Y debido, también, al hecho cada día más evidente del carácter multicultural de cada territorio, sea éste estatal o nacional.

La ONU cuenta ya con casi 200 miembros y ante esta realidad el derecho que cada pueblo tiene para decidir libremente su futuro político, construyendo una organización estatal independiente o mediante la confederación o federación con otros pueblos, es algo crecientemente consolidado en el plano de las relaciones internacionales, y que el dictamen de la Corte Internacional de Justicia sobre el reconocimiento de Kosovo como nueva y sobrevenida realidad estatal reafirmó, aunque Kosovo no sea hoy día, desde luego, ni modelo de independencia ni de un estructura estatal estable, sólida y respetuosa con los principios de un Estado de Derecho.

Nuestro futuro, el de Euskadi como nación, deberá plantearse en el contexto de una Unión Europea ahora en crisis pero que resurgirá, tarde o temprano, y nuestro futuro deberá insertarse en la doble dinámica globalización-reafirmación identitaria, para aportar así elementos de construcción y no de enquistamiento en el largo y contaminado debate sobre nuestra dimensión como entidad territorial en un mundo globalizado.

Europa representa el ejemplo más evidente de la decadencia del concepto de soberanía estatal absoluta. A pesar de las imperfecciones del modelo o andamiaje institucional europeo vigente, éste marca el camino hacia una percepción de soberanías compartidas y de creación de un demos, de un sujeto y agente político europeo a partir del respeto a la convivencia pacífica e integradora entre los Estados y las naciones sin Estado.