ninguna de las causas de la tremenda crisis económica, financiera y social que nos sacude han tenido su origen directo en nuestra economía vasca. La globalización y la interconexión entre mercados, entre la economía de papel y la real o productiva, entre la dimensión financiera global y las economías regionales y las familiares han impedido colocar diques o frenos a la ola de este tsunami financiero que nos ahoga. Todavía es tiempo de exigir responsabilidades, sin duda, pero junto a ello debemos mirar al futuro de frente y tratar de superar esta sensación colectiva de temor al futuro que nos atenaza y nos sumerge en un pesimismo tan peligroso.
Cabe preguntarse qué margen de maniobra va a tener el próximo Gobierno vasco, con Iñigo Urkullu al frente del timón, cómo poder combinar la disciplina, la voluntad de adoptar de forma responsable y acertada las decisiones, cómo trabajar para liderar y no solo gobernar, ante el estrecho margen de maniobra que nos deja este catártico escenario económico. Una de las claves va a radicar en saber y poder trasladar a la sociedad vasca un mensaje realista, que nos haga ser conscientes del duro momento que vivimos, y a la vez un mensaje creíble de esperanza en el futuro. En una reciente entrevista, el presidente francés François Hollande puntualizó que existen límites al nivel de sacrificio que cebe exigir a los ciudadanos. Necesitamos creer en la esperanza del futuro más allá del horizonte de recortes de gastos y medidas de austeridad.
El pesimismo instalado en la mentalidad ciudadana colectiva deriva en gran medida de esa ausencia de promesas creíbles en un futuro mejor. A medida que la confianza de los consumidores declina y el poder adquisitivo de los hogares disminuye se profundiza la recesión y los pronósticos sobre cuándo la crisis llegará a su fin se alejan en el tiempo, porque la enorme crisis de demanda gripa o bloquea el motor de la economía y las familias, y los ciudadanos que sufren los embates de la austeridad están perdiendo la esperanza y la ilusión ante los negros nubarrones que asoman y que impiden civilizar y dominar ese futuro colectivo. En estos momentos la hueca retórica del sacrificio, bajo la bandera de la austeridad, es por sí sola ineficaz para salir de la actual crisis de Europa.
La historia nos muestra algún ejemplo útil: en su primer discurso ante la Cámara de los Comunes en calidad de Primer Ministro del Reino Unido, Winston Churchill infundió esperanza a una nación atribulada, cuando pronunció su célebre frase declarando que él -y por lo tanto Gran Bretaña- "no tenía nada más que ofrecer que sangre, ímprobo esfuerzo, sudor y lágrimas". La actual resistencia a la austeridad en Europa no tiene sus raíces en una hostilidad general y acrítica hacia el sacrificio y a los esfuerzos de mayor contención de gasto y mayor presión fiscal. Lo que ocurre es que los europeos han llegado a creer que sus líderes están exigiendo sacrificios que no conducen al progreso de sus intereses, sino que perjudican a estos. Volviendo a Churchill, este dio a los británicos un proyecto, un objetivo algo que desear con ansias: la victoria. Cuando no existe una finalidad clara que lo justifique, el sacrificio se torna en un sinsentido.
Los líderes políticos deben imbuir en sus ciudadanos esperanzas renovadas. La legitimidad de la Europa "posnacional" -basada en la obligación consagrada en el Tratado de Lisboa de la Unión Europea en cuanto a promover "el bienestar de su población"- está en juego. Intentamos resolver los problemas aquí y ahora, preferiblemente empleando medios ya conocidos, pero utilizándolos mejor. Apelamos a las medidas habituales, no por falta de imaginación o de valor, sino porque no sabemos cómo actuar de otro modo. Se puede afirmar que la Europa actual se caracteriza por el miedo.
Nuestro problema no revela solo una incapacidad para anticiparse a los problemas, sino que muestra además nuestra reticencia a actuar. La democracia como idea de comunidad por naturaleza debe referirse a todos los ciudadanos. El interés común logra unir a los ciudadanos a pesar de las divergencias de convicciones sobre numerosas cuestiones. Y para determinar cuál es el interés común que saber cómo establecer prioridades y jerarquizar los intereses. Solo con un consenso sobre esta jerarquía podremos avanzar para superar la situación actual. Ponernos de acuerdo en esos intereses comunes es clave para iniciar el camino hacia un futuro mejor. El primer, obligado y fundamental ámbito para el consenso político y social.