ESTA nueva legislatura vasca que está a punto de iniciarse abre, pese al complejo contexto económico, muchas expectativas sociales y políticas. Llega con aire de refundación democrática, con el plus de legitimidad derivada de la presencia de todas las sensibilidades políticas. Y debe permitir debates y acuerdos que vehiculicen la sensación de cambio de ciclo y de superación de viejos problemas sin solución, tal y como esta primera semana de contactos políticos tras las elecciones han podido atisbarse. Propongo en esta reflexión identificar ocho ámbitos de acción política sobre los que cabría proyectar la pretensión de consenso, de las que hoy selecciono cuatro:
Alcanzar consensos no supone claudicar. Si se quiere evitar conflictos e incomprensiones, el principio fundamental que debe regular las relaciones políticas es la negociación. Y no hablo de mercadear al estilo o modelo de bazar oriental. No es cuestión de empatías frente a desencuentros, ni de filias y fobias, sino de responsabilidad. Un país no se construye desde lo negativo, desde el desprecio ni desde la prepotencia, sino ofreciendo diálogo y estabilidad institucional. Por responsabilidad y por liderazgo social.
El reto de la convivencia pasa por reconocer empática y recíprocamente al diferente. Estigmatizar al que no secunda tu proyecto político, marginar social y políticamente a quienes no comulguen con la orientación socialmente mayoritaria, construir bloques cerrados frente a otros sectores sociales no es el camino hacia una verdadera construcción nacional. La convivencia en la sociedad vasca requiere que seamos capaces de formular y compartir una identidad vasca capaz de integrar la pluralidad de sentimientos de pertenencia e identificaciones que coexisten en esta sociedad compleja, y que sintamos y compartamos esa identidad plural sin que nadie tengamos que renunciar a nuestros elementos identificadores. Una nación cívica debe basar su fuerza en una concepción inclusiva de la identidad, como sociedad de ciudadanos, que valora su pluralismo interno y su complejidad social. Ése es el camino a recorrer entre todos.
Hay que trabajar por mejorar y cambiar todos los "corsés" existentes para nuestra expresión plena como pueblo y nación vasca, pero desde el respeto a las propias reglas de juego, para así evitar nuestra deslegitimación institucional: solo así se puede vertebrar una sociedad como la vasca. Es necesaria una renovación del discurso soberanista, definido como no excluyente ni clasista, apegado a la realidad sobre la que debe proyectar su política del día a día y que permita generar, mediante el pacto cómplice con los ciudadanos vascos, un impulso social, una marea que supere de forma constructiva y no rupturista (salvo que vivamos en la utopía permanente) el agotado sistema del Estado autonómico. Existimos como sujeto político. Fosilizar la permanente tutela del Estado como si no fuésemos capaces de gobernar nuestra sociedad vasca por nosotros mismos, debilita, en realidad, al propio Estado. Solo desde la lealtad y la confianza recíproca, tradicional en el devenir de nuestros Derechos Históricos podrá superarse esta etapa de enquistamiento y de forzadas y parciales emancipaciones. Sobre esta base debe anclarse un proyecto político de futuro como pueblo, como nación, con el que aspirar a un nuevo esquema de desarrollo nacional en el entorno europeo con mayores y más efectivas cotas de autogobierno, buscando alcanzar el máximo consenso social posible.
Dirigir una empresa o una organización o ejercer un cargo de responsabilidad política consiste en hacer las cosas adecuadamente. Liderar esas mismas entidades, sociedades o instituciones es algo más: consiste en hacer las cosas adecuadas. Sin principios ni valores que marquen el norte o el rumbo de ese liderazgo, no hay camino por recorrer, porque un gobernante que valora más sus privilegios que sus principios acaba perdiendo más pronto que tarde ambos. No resulta difícil tomar decisiones, incluso en tiempos de crisis como los actuales, cuando uno sabe cuáles son sus valores. Y si éstos existen será posible acuñar, desde la política, un nuevo modelo de trabajar y de servir a la ciudadanía, un modelo cercano, humanista, con valores que hagan posible la coordinación entre la gestión competitiva y cohesionada con una visión solidaria y una política social sostenible.
Los restantes ámbitos de trabajo en común, que quedan para otra reflexión escrita, podrían centrarse en el pleno desarrollo de nuestro Derecho Vasco Propio (herramienta útil ante la crisis), en la exigencia de cambios en política penitenciaria, en la desaparición o modificación sustancial del sentido de Tribunales de excepción como la Audiencia Nacional y en la normalización política anclada en bases éticas.