Las de hoy, domingo, no son unas elecciones más. Además de ser claves para el futuro de Euskadi, más allá de los cuatro años de legislatura, van a suponer un hito en el proceso, esperado por todos, de normalización política. Las cartas políticas quedan ya boca arriba: ni victimismos, ni estigmatizaciones, ni amenazas. Es la hora de la política. Llega el momento de hacer irreversible este proceso de normalización política. Llega el momento de trabajar políticamente entre iguales, sin presiones ni amenazas, ni violencia, ni estigmatizaciones maniqueas.

Todas las miradas se vuelven hacia el nacionalismo institucional, liderado por el candidato a lehendakari Iñigo Urkullu. Es el candidato y el partido a batir por todos, y el demonizado también por todos. Asumiendo la premisa de que ningún partido logrará mayoría absoluta (el triunfo se lo disputarán el PNV y la izquierda abertzale, y creo que el nacionalismo institucional ganará en escaños y en votos), todos preguntan y se interrogan sobre el sentido de los eventuales pactos postelectorales que el PNV pueda plantear, y quienes desde otras formaciones exigen clarificación al líder jeltzale sobre tal extremo no aclaran, por si acaso, con quiénes estarán ellos dispuestos a pactar tras las elecciones. La estrategia es clara: desgastar al adversario sin mostrar las propias cartas boca arriba. Más que nunca, hay que votar, hay que participar, hay que hacerse oír, cada cual desde su posicionamiento ideológico. Sigue habiendo una mayoría social silente caracterizada por un creciente desapego hacia la política y que puede acabar siendo decisiva en el reparto final de escaños en el Parlamento Vasco.

Corren tiempos de cambio en la política vasca y todas las organizaciones políticas comienzan su proceso de reflexión para resituarse o reubicarse tras la temporal llegada al poder de los socialistas y ante el escenario del fin y disolución definitiva de ETA. En este contexto hay que reivindicar, más que nunca, y por encima de los obstáculos que interesadamente siguen apareciendo en el horizonte, la necesidad de avanzar, sin sectarismo ni complejos, hacia la consolidación de la nación vasca, que no es una entelequia política ni una utopía inalcanzable, sino el horizonte en el que se articulan todas las esperanzas de la sociedad vasca.

El reto es construirla no frente a nadie ni contra nadie, sino como espacio de encuentro, de solidaridad, como promesa para los más débiles, como lugar de reconciliación, como espacio de integración para todos (también para los inmigrantes), como lugar para hacer realidad el reto de la paz definitiva y la convivencia plural. Y en este contexto catártico solo es posible vertebrar el país social y políticamente si se fortalece sin complejos el perfil ideológico nacionalista y a la vez se trabaja por la consecución de pactos políticos y sociales transformadores.

La inmensa mayoría del pueblo vasco ha repudiado y rechazado a ETA y su barbarie como instrumento de acción política. Y en contextos de continuidad como el que vivimos la superación del vigente estatus político solo puede alcanzarse a través de un proceso político y social respetuoso con las reglas de juego vigentes y que logre una amplia mayoría popular de apoyo. ETA carecía de base social para generar esa discontinuidad política. Lo sabe. Ésa fue su máxima debilidad.

El futuro de Euskadi como nación deberá plantearse en el contexto de una Unión Europea en construcción y en la doble dinámica globalización-reafirmación identitaria, para aportar así elementos de construcción y no de enquistamiento en el largo y contaminado debate sobre nuestra inserción como entidad territorial en un mundo globalizado.

El Gobierno socialista que ahora toca a su fin supuso, en palabras de los propios socialistas, el punto final, el cierre a la transición democrática española. ¿Significa o quiere significar tal expresión que la presencia en el poder del nacionalismo institucional no era democrática? ¿Era una anormalidad democrática la también ahora confirmada y reafirmada mayoría nacionalista/abertzale en Euskadi? ¿Plantear como objetivo político, y con respeto a los cauces legales establecidos, la reforma de la estructura institucional supone gobernar desde el desprecio a la ley?

¿Por qué no se afronta con valentía política, acudiendo al corazón troncal de la democracia, la apertura de una etapa catártica que permita superar el debate inagotado sobre nuestro estatus como pueblo vasco, tal y como, por cierto, nos define el vigente artículo uno del Estatuto de Gernika?

Hay fuerzas políticas instaladas en el no: No a los nacionalistas, no a las a su juicio absurdas exigencias de mayor autogobierno, no al debate sobre el futuro de nuestro país, no a la construcción de un andamiaje institucional en el que quepan todos, por supuesto, pero en el que la mayoría sociológica se sienta reconocida, no a la afirmación de nuestra identidad como nación dentro de un Estado.

Sé que resulta tópico subrayar la importancia de esta nueva convocatoria electoral, clave para el futuro de nuestro pueblo. Hablo como simple elector, y me gustaría trasladar este mensaje de corresponsabilidad a todos los lectores: civilicemos el futuro, convirtamos nuestras sensaciones en votos constructivos para nuestro futuro, evitemos el derrotismo y la apatía, porque Euskadi, desde todas las opciones políticas, merece nuestro voto y nuestra reflexión.