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La ciudad vertical

Tiene cualidades multiusos: lo mismo sirve como escenario de una novela futurista - "los habitantes de esta ciudad vertical y acristalada llevaban veinte años sin sentir el viento en la cara pero tenían todo lo necesario a su alcance..." o algo así- que como símbolo de pujanza de Bilbao. La sombra de su silueta reconforta en los días que el calor aprieta y la envergadura que gasta confiere al edificio un extraño don: es la estrella polar que guía al visitante cuando se desorienta. Mira hacia arriba y hace cálculos sobre cómo llegar a cualquier destino con ese faro en el horizonte.

Yo confieso: no soy devoto de semejantes escalas. Y, sin embargo, he de admitir que, un año después de su despegue, su capacidad para formar parte del paisaje de Bilbao resulta sorprendente. Y qué decir de algunos de sus tesoros, por ejemplo, los olivos que decoran al fastuoso hall de la entrada. Raíces sobre un edificio que echa alas.

Ahora, al cabo de sus primeros 365 días de vida, conocemos que no es solo una cuestión de estética. Torre Iberdrola lleva camino de convertirse en una de las piezas maestras del ajedrez financiero, empresarial y bursátil de la villa; el mástil de la city bilbaina. Anuncian que el 60% de su superficie útil ya está ocupada en un tiempo en el que las empresas parecen abocadas antes al desalojo que a la mudanza.

Intuyo que hay un nosequé de bilbainía en ese crecimiento. No sé, da la sensación de que da un gustirrinín decir "yo trabajo en ese pedazo de edificio, en el edificicón de Bilbao. ¿Dónde iba a trabajar si no...? Torre Iberdrola, insisto, se está convirtiendo en la casa cuna de las empresas del botxo, un lugar que amamanta con sus pezones (dicho sea a la metáfora...) a tanta y tanta oficina. Ahora llega lo complejo: se ha levantado un hermoso castillo de naipes y cada carta guarda su equilibrio. Solo hay que esperar que el viento negro de las dificultades no se cebe con quienes apuestan por el progreso, derribándoles al abismo de la crisis.