Pese al enrevesado árbol genealógico que le da sombra - algunas fuentes dicen que era hijo de Execéstidas, descendiente de Codros y por tanto de ascendencia Melántida, aunque Dídimo de Alejandría lo tiene por hijo de Euforión y Plutarco asegura que su madre fue una prima de la madre de Pisístrato...- no hay ramas que le impidiesen ver el bosque a Solón, uno de los siete sabios de Grecia. Suya fue una expresión que hoy, miles de años después (las crónicas datan su nacimiento en 630 a. C.), está de rabiosa actualidad. La austeridad es una de las grandes virtudes de un pueblo inteligente, dicen que dijo el sabio, como si opositase a la cartera de Economía y Hacienda del Gobierno Mariano desde el más remoto pasado. Claro que también tiene guasa la frase vista hoy, cuando a Grecia le crecen los enanos.
Austeridad. Esa es la palabra clave, la piedra de Rosetta que permite desentrañar los jeroglíficos de la política moderna. A sus en apariencia benéficos efectos parecen haberse encomendado innumerables pueblos de Bizkaia, a la vista de los superávits registrados a lo largo y ancho de 2011. Solo así se entiende, con una gestión eficiente y austera, que no se haya desparramado la deuda encima del mantel. Los gestores, tantas veces acusados de quemar dinero ajeno, aparecen ahora como apagafuegos en las arcas municipales de más de ochenta localidades.
¿A qué precio se logra ese ahorro? La respuesta a esa pregunta hace temblar a los ciudadanos corrientes y molientes pero no queda otra que apretarse el cinturón. Será, digo yo, para que no se nos caigan los pantalones: al precio que se ha puesto la cesta de la compra no será extraño que perdamos peso y un par de tallas.
Las gentes de buena voluntad e intenciones sanas creen en esa contención del gasto y hablan de predicar con el ejemplo. Lo triste y real es que en muchos hogares no hay con qué predicar y por ahorrar no ahorran ni en disgustos. Está bien que la política haga tabla rasa y corte el grifo -mientras esa sequía no alcance a derechos elementales para la supervivencia, digo yo...- pero hay gente que tiene sed. No en sentido de avaricia que la reconoce la RAE, no. Sed de verdad. Sed de salir del pozo seco donde caen cada día, cientos, miles. Demos la enhorabuena a quienes han sido eficaces, pero el lobo sigue ahí.