se atisba ya el final de la legislatura y nos encontramos en la antesala de un nuevo tiempo político que sin duda alumbrará el nuevo Parlamento Vasco tras las elecciones del 21-O. Ambos factores invitan a realizar balance y valoración política y social de estos años de Gobierno socialista. Para un importante grupo de comunicación estatal el personaje político de estos años ha sido Patxi López, por la trascendencia que supuso su elección como primer lehendakari no nacionalista de la historia, y por "su contribución serena al cambio político y social en Euskadi". Desde el máximo respeto personal que merece quien ostenta la principal representación institucional de Euskadi, creo que es necesario precisar los términos del tan cacareado, entronizado, mitificado y valorado cambio político que ahora se desvanece.

Desde su inicio, este Gobierno y su líder pusieron el acento en factores simbólicamente identitarios por encima de los intereses reales del país. Hay ya muchos ejemplos de esta forma de gestión política que ha estado más sujeta y atenta a la repercusión mediática que a la eficacia de su intervención. Y a su vez hay que combatir dialécticamente la falsa movilidad política del Gobierno, esa especie de permanente agitación en la superficie, en lo mediático, a modo de señuelo, que ha encubierto la falta de criterio para aportar nuevas soluciones a viejos problemas sin solución. Este pseudomovimiento continuo (moverse aparentemente de forma continua para en realidad no hacer nada renovador), la búsqueda interesada de la polémica para encender sentimientos negativos, y hacer así del victimismo y de una suerte de renovada concepción posmoderna de nuestra sociedad vasca el motor de su acción política pasa factura social y política, y de hecho ha generado la sensación de transitoriedad que se ha ido adueñando de toda esta legislatura que ahora termina.

La pirotecnia política, el discurso negativo, ha primado en muchos de los medios. Y la complicidad de una abrumadora mayoría de medios de comunicación (públicos y privados) para tratar de aportar coherencia política, iniciativa y fuelle político a un gobierno que ha parecido muchas veces estar más ocupado en cuestionar el papel como actor político de las diputaciones forales y en mirar atrás, criticando con el retrovisor político las actuaciones de anteriores gobiernos, que en gobernar para todos los vascos.

El coste de este tipo de política es fortísimo: rompe más puentes de los que crea. Consolida su base ideológica dura, cercana, pero aleja a quienes desean, de verdad, un acercamiento entre las diferentes concepciones de sociedad, de futuro institucional y de identidad que coexisten en Euskadi. Y radicaliza las posturas. Se extiende la percepción de desencuentro, y ese clima ayuda muy poco a trabajar en torno a los verdaderos retos que tenemos, como ciudadanos y como sociedad.

Otro ejemplo de los nuevos tiempos que pretendió instaurar el Gobierno de Patxi López residió en la obsesiva invocación de normalidad institucional y política, dejando por cierto abandonado, como un pecio hundido tras la marea, el verdadero reto de la normalización política de Euskadi. Se ha trabajado ideológicamente en la pretensión de identificar normalidad democrática con armonización, subsumiendo el sentimiento identitario vasco bajo la mimética forma de entender el hecho territorial español.

Y presentar tal civilización del discurso político como prueba de modernización de la política vasca escondía el deseo de minusvalorar lo vasco, por rebelde. Contraponer normalidad a excepcionalidad perseguía en realidad identificar el actuar de anteriores gobiernos de Euskadi con el antisistema, con la ruptura del modelo institucional preestablecido. Nadie desde anteriores gobiernos ha subvertido el orden establecido. Tener un proyecto político (sea el de la independencia, sea el del españolismo disfrazado de vasquismo, o sea el de la defensa del autogobierno hacia mayores cotas de soberanía) y defenderlo, siempre que se cuente con el respaldo social necesario y se haga a través de los cauces legales establecidos, representa la norma suprema de la convivencia en democracia. No debemos olvidar esta básica lección. Sin demonizaciones ni maniqueísmos.

juanjo álvarez