La decisión del consejero de Interior, Rodolfo Ares, de dejar el Gobierno para dedicarse de pleno a la dirección de la campaña electoral del PSE ha de ser valorada de forma positiva, ya que tanto desde un punto de vista estético o formal -el consejero de Interior ha de ejercer una función similar a la de notario público en todo el proceso electoral, y velar por toda la administración del iter o camino hacia las urnas, previsto para el 21 de octubre- como desde la vertiente estrictamente política, simultanear ambas funciones hubiera sido poco recomendable.
Omnipresente, ha sido un hombre orquesta dentro del Gobierno, el hombre fuerte, un trabajador infatigable, hiperactivo, permanentemente multiconectado y con la complicadísima tarea, además, de dirigir un departamento complejo y siempre expuesto a la demonización social. A esa dimensión público-institucional se une la de una infatigable, agotadora tarea de gestión interna del propio Gobierno y del PSE, representando una suerte de equilibrador o coordinador entre las diversas familias políticas coexistentes dentro de los integrantes del propio partido y del Gobierno López.
Abarcar tantos frentes, ejercer simultáneamente como consejero de Interior y como coordinador de facto de todos los departamentos, una especie de gobernador de presidencia, responsable de todo el aparato político y de gestión de la Lehendakaritza y mano derecha del lehendakari requiere carácter, dedicación y capacidad de trabajo, junto a paciencia para asumir, como así ha sido, críticas vertidas desde diversos frentes sociales y políticos.
Nadie puede discutirle su dedicación, fuera de toda duda. Pero todo hombre público, todo operador político queda sujeto al juego de la crítica política. El ataque a él suponía siempre incidir en la línea de flotación del Gobierno López. Y como no se ha escondido nunca, durante estos años de mandato ha quedado expuesto al varapalo mediático y al reproche sociopolítico.
Si de un balance se tratara, diría que su pedagogía inicial, al comenzar su mandato con la consigna de "tolerancia cero" hacia el terrorismo, caló en una sociedad vasca ya plena de hartazgo ante el obsoleto mundo de ETA, fue un acierto que logró muchísimos adeptos al margen de ideologías políticas. Su capacidad para acercarse empáticamente a todas las víctimas y el deseo de alcanzar consensos y acuerdos transversales en este estratégico ámbito vinculado a la convivencia futura en nuestro País también merece reconocimiento. Su defensa de la Vía Nanclares y la discreción con la que se ha trabajado marca una senda que con el paso del tiempo se valorará como la acertada.
Gestionar y comunicar simultáneamente es muy muy difícil. Trabajar ad extra, hacia fuera, en la acción política, y a la vez conciliar la dimensión interna es casi imposible si no se cuenta con un consolidado y coordinado equipo. Y creo que ahí ha residido uno de los puntos débiles de su gestión: la fuerte conflictividad laboral en la Er-tzaintza no es explicable en clave estrictamente política, ni siquiera en mera dimensión de acción sindical. Ha faltado diálogo, sensibilidad y tiempo para gestionar un colectivo tensionado y que requiere mayor atención en su organización interna.
La gestión por parte del Departamento de las actuaciones a seguir tras la lamentable muerte del joven Iñigo Cabacas deja un poso de amargura que el paso del tiempo no logra minorar, porque un anormal funcionamiento de un servicio público (en este caso, el de la policía antidisturbios) que acabe con un ciudadano muerto por un pelotazo hubiera requerido otro impulso, de oficio, por el propio Departamento y su propio máximo responsable. Valoro su sinceridad, al afirmar que ha sido el momento más difícil de su carrera política, pero hubiera hecho falta más autocrítica, más investigación interna y más empatía con la sociedad que asistía entre atónita e indignada a la ausencia de informaciones contundentes y de decisiones internas posteriores a tal trágico suceso.
Se presenta una campaña electoral potente. No es una más. Y tan importante como lo que nos propongan en sus programas los partidos políticos serán las líneas de contacto abiertas entre las organizaciones políticas para previsibles e inevitables pactos postelectorales. En su mano está no romper todos los puentes, porque la figura de Ares como director de campaña y su orientación estratégica marcarán el devenir de las decisiones del PSE tras el resultado electoral, y lo que es seguro es que la combinación PSE-PP no podrá aritméticamente repetirse. ¿Qué estrategia propondrá?