el tiempo electoral comienza su cuenta atrás, tras el anuncio de Patxi López de renunciar a agotar una legislatura marcada más por los desencuentros que por los consensos. Desde su inicio, este Gobierno y su líder han puesto el acento en aquello que a su vez más criticaban a sus predecesores: la defensa de factores simbólicamente identitarios por encima de los intereses reales del País. Hay ya muchos ejemplos de esta forma de gestión política más sujeta a la repercusión mediática que a la eficacia de su intervención. La pirotecnia política, el discurso negativo prima en los medios. Frente a un Gobierno que ha parecido más ocupado en cuestionar el papel como actor político de las Diputaciones Forales y en mirar atrás, criticando con el retrovisor político las actuaciones de anteriores Gobiernos, hace falta construir el futuro de Euskadi por encima de aspiraciones individuales.

El coste de un tipo de política como la desarrollada por el Gobierno López es fortísimo: rompe más puentes de los que crea. Consolida su base ideológica dura, cercana, pero aleja a quienes desean, de verdad, un acercamiento entre las diferentes concepciones de sociedad, de futuro institucional y de identidad que coexisten en Euskadi. Y radicaliza las posturas. Se extiende la percepción de desencuentro, y ese clima ayuda muy poco a trabajar en torno a los verdaderos retos que tenemos, como ciudadanos y como sociedad.

Otro ejemplo de esta negativa política ha residido en la obsesiva invocación de normalidad institucional y política, dejando por cierto abandonado, como un pecio hundido tras la marea, el verdadero reto de la normalización política de Euskadi. Se ha trabajado ideológicamente en la pretensión de identificar normalidad democrática con armonización, subsumiendo el sentimiento identitario vasco bajo la mimética forma de entender el hecho territorial español.

Llega el momento de liderar, no solo de gobernar. Dirigir un gobierno debe traducirse en la práctica en tratar o intentar tomar decisiones adecuadamente. Liderar un País es otra cosa: supone hacer, materializar de verdad esas decisiones adecuadas. Saber qué está bien, qué corresponde realizar como acción de gobierno; y no hacerlo implica falta de coraje. La autoridad moral, la credibilidad social, la auctoritas de un dirigente político deriva entre otras cosas de esas dosis de coraje que le ayuden a superar lo aparente, lo formal, el mero deseo de quedar bien.

Se extiende socialmente la sensación de que la política ha fracasado. Y sin embargo es más necesaria que nunca para recuperar una gestión de la res pública, de los asuntos públicos, más exigente y más democrática. Tiene que ejercerse y ejercitarse con más apertura, más transparencia, más honestidad. La política sigue siendo el instrumento más idóneo para corregir los abusos de la propia política, al tenerse que rendir cuentas y hacerse responsable de los actos con dimensión pública desde la perspectiva de la ética de la gobernanza.

La verdadera cuestión pendiente de debate, de alcance estructural y no coyuntural, es la apuesta política de futuro en Euskadi, su inserción en un contexto europeo y la estrategia política y social que debe marcarse para alcanzar los objetivos de autogobierno deseados.

Acordar no es claudicar. Si se quiere evitar conflictos e incomprensiones, el principio fundamental que debe regular las relaciones políticas es la negociación. Y no hablo de mercadear al estilo o modelo de bazar oriental. Debe hacerse sin complejos, reforzando el discurso ideológico y siendo capaces de trasladar a la sociedad un proyecto que supere la coyuntura de una legislatura que se presenta especialmente compleja por el contexto de crisis económica y por la sensación de apertura de nuevo ciclo político.

No es cuestión de empatías frente a desencuentros, ni de filias y fobias, sino de responsabilidad. Un País no se construye desde lo negativo, desde el desprecio ni desde la prepotencia. Por ello, la propuesta del PNV a favor del diálogo y de la estabilidad institucional se orienta en esta correcta dirección. Por responsabilidad y por liderazgo social.

No corren buenos tiempos para el análisis sereno acerca del nuevo escenario político vasco. Y sin embargo es más necesario que nunca reflexionar. No cegarse ante la involución. Cargarse de razonamientos constructivos y criticar con fundamento argumentativo. No responder al insulto o al reproche hueco con la misma irracionalidad. Esta orientación ha fracasado cada vez que unos u otros lo han intentado. Enfrentar siempre suma más apoyos populares que el intentar tender puentes entre diferentes. Pero esa orientación frentista suma sólo al principio, porque mantiene unidos a los propios, pero luego es incapaz de ensanchar la base social de un proyecto, sin la cual no puede salir adelante.

Lo negativo vende más que la pretensión constructiva de trabajar por tu proyecto político y de País sin componer trincheras desde las que solo escuchar el eco de tu propia voz, marginando o despreciando al que opina diferente. Estas batallas ideológicas que se resuelven encerrándose más en uno mismo no conducen sino al hastío y al inmovilismo. Hay que disolver las simplificaciones dañinas, hay que evitar maniqueísmos simplistas entre vascos buenos y vascos malos, o entre vascos auténticos y sucedáneos de vascos. En Euskadi seguimos, con demasiada frecuencia, empeñados en otorgar (o negar) el sello de autenticidad a proyectos políticos juzgando unos y otros desde presupuestos frentistas. Debemos superar esa ciega visión, y construir. Todo esto está en juego, y Euskadi necesita un gobierno potente, sólido, profesional y eficaz.