Matar a Kennedy
ni se sabe las veces que han matado a JFK en la tele, más que a Billy el Niño. La última, el miércoles, en Telecinco, con el estreno en abierto de la serie Los Kennedy. Si fuera un buen producto, capaz de rendir en calidad y audiencia, no lo emitirían fuera de temporada, con sus cuatro premios Emmy y sus muchas nominaciones. Esos galardones, no se engañe usted, se venden y compran entre bambalinas por intereses de mercado. ¿Y por qué regresa ahora la leyenda de John F. Kennedy? En principio, porque pronto se cumplirán cincuenta años de su asesinato en Dallas y hay que aprovechar ese tirón; pero la clave es que las producciones de base histórica son una moda muy rentable y una alternativa a la falta de ingenio, como las novelas históricas en la literatura actual. Si no se te ocurre nada, busca en el archivo del pasado.
Más que la certeza biográfica, la obsesión de la serie es lograr el máximo parecido físico de los actores con los personajes representados. Es una falsa prueba de fidelidad, porque lo esencial son los hechos, no la mejor o peor caracterización mediante la habilidad del maquillaje y el vestuario. ¿Nos aclararán quién mató a Kennedy y la verdad de los complots que urdieron el magnicidio? Para nada y en su lugar tendremos anécdotas, frivolidad y bajezas. Al fin y al cabo, mucha gente solo recuerda a JFK como el amante furtivo de Marylin Monroe y no como el gran presidente de los derechos civiles en los agitados años 60.
La serie retrata al jefe del clan como un monstruo y a sus hijos varones como objetos de sus ambiciones de poder por encima de toda noble creencia. Con estos ingredientes la pluma de Shakespeare hubiera creado una tragedia portentosa, como El rey Lear; pero los guionistas de la tele, que no tienen por qué poseer la gracia divina de los elegidos, han optado por un folletín ramplón. Este es el drama de JFK: ser asesinado una y otra vez por una conjura de balas y mediocres. Merecería estar entre los grandes de la historia. Lo que no ha hecho la historia, que lo repare el cine o las letras.