El presidente que sabe nadar y guardar la ropa
LA elección de Mohamed Mursi como presidente egipcio es mucho más un triunfo del pragmatismo que de la democracia. Porque, hoy por hoy, el único poder real que hay en Egipto sigue siendo el de los generales y su reconocimiento del triunfo electoral del candidato de los Hermanos Musulmanes es fruto del pacto entre Mursi y el mariscal Tantaui.
Claro que el que se haya llegado a este pacto es mérito de ambos personajes; posiblemente, ante todo de Mursi, cuya trayectoria política es todo un alarde de pragmatismo. De pragmatismo y de un saber hacer que le ha hecho superar toda la vida posiciones de segundón para acabar siendo protagonista.
Hace 60 años, cuando Mohamed Mursi nació en el seno de una familia de clase media oriunda de la desembocadura del Nilo, nadie habría apostado por el futuro político de ese niño más bien apocado. Pero Mursi ha sabido toda la vida trabajar duro y aprovechar las oportunidades.
En la universidad estudió como un poseso para hacerse valer - acabó llegando a decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Zagazig- y para poder ampliar estudios en los Estados Unidos. Allá sus méritos fueron tantos y tan reconocidos que acabó por ser catedrático -de 1980 a 1985- en una universidad de California.
Esos años americanos sirvieron para que más de uno quisiera ver en Mursi "el Karzai egipcio"; es decir, el político indígena al servicio de Washington. El parangón cojea por todas partes porque después del pragmatismo, el rasgo político más acusado de Mursi es el apego a sus convicciones. Estas son tan fuertes que muchos egipcios distantes del islamismo -en primer lugar, la comunidad cristiana del país- se pasaron en la segunda vuelta de las presidenciales a las filas del candidato oficialista, Ahmed Shafik por temor a la política que adoptaría Mursi una vez afianzado en la presidencia .
Ese apego islamista no le llevó ni por asomo al martirio. El hombre ha militado 20 años en las filas de los Hermanos Musulmanes sin despertar nunca el odio de los militares ni tampoco la sospecha de sus correligionarios precisamente por esa "vista gorda" de las autoridades ante su quehacer islamista en la política del país. Y, aparentemente, había motivos para esta desconfianza. Porque no sólo Mursi no fue un perseguido político, sino que perteneció al puñado de afiliados a los Hermanos que Mubarak permitió que ingresasen en el Parlamento (1995). Y ese mismo año Mursi fue elegido miembro del comité directivo del partido, llegando incluso a ejercer de portavoz de los Hermanos Musulmanes del 2000 al 2005.
De todas formas, si los Hermanos no sospecharon nunca seriamente de la fidelidad de Mohamed Mursi, tampoco apostaron nunca decididamente por él. Cuando se convocaron las primeras elecciones democráticas, los Hermanos Musulmanes eligieron como candidato suyo a Jaiter Shater y designaron a Mursi candidato suplente para el caso -que el final sucedió- de que la comisión electoral rechazase un candidato de perfil tan radical como Shater.