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La crisis nos afecta más a las mujeres

Aunque el del PSOE de los brotes verdes lo negara, la crisis se instaló y continúa cómodamente acampada en este mundo nuestro, que hasta hace bien poco funcionaba como si fuera posible mantener hasta el infinito niveles de despilfarro nunca antes vistos. Si a eso añadimos el Gobierno central de la derecha menos social de Europa, la ecuación nos dará irremediablemente el fin del Estado del bienestar.

Y hemos pagado el pato, pero no todos igual. Porque si indagamos más en los datos reales encontramos que son las mujeres las que sufren especialmente las consecuencias de la crisis económica. La reducción -o incluso eliminación- de gastos en inversión social, los efectos del paro en las familias, la retracción de las inversiones en sectores de tradicional empleo femenino, entre otros, está trayendo como consecuencia que las mujeres cada vez más aparezcan claramente empobrecidas junto a sus hijos e hijas.

Ciertas estadísticas, amplificadas por intereses espurios, plantean que las mujeres están manteniéndose mejor en el empleo que los varones, ya que atienden a datos globales en los que pesan sobre todo sectores como la construcción o la industria con poca o nula presencia femenina. Tienen trampa pues las diferencias salariales, la temporalidad y la precariedad son características inseparables del empleo femenino, tanto en tiempos de crisis como de bonanza.

Algunos datos: la brecha salarial en detrimento de las mujeres trabajadoras en la Unión Europea es de un 17'4%, y parecida aquí en el que 9 de cada 10 personas asalariadas sin contrato son mujeres; así como también el 60% de los temporales o el 82'3 % de las jornadas parciales. La destrucción de empleo afecta ya a todos los sectores; también a aquellos con mayor presencia de trabajadoras como educación, salud y servicios sociales, lo que tendrá consecuencias graves en la empleabilidad de las mujeres.

Las reducciones drásticas en inversión social sobrecargarán más aún, si cabe, a las mujeres en las tareas de cuidado y domésticas, con el peligro de apartarlas definitivamente del mundo laboral y, consecuentemente, con la generación de menor riqueza en el PIB y feminización de la pobreza.

Debemos tener en cuenta, además, que las reformas del PP no se plantean con perspectiva de género, es decir, equilibrando sus mayores efectos negativos para las mujeres y tal como está obligado por las normativas de igualdad autonómicas, estatales e internacionales.

Ahora ya están en riesgo los avances sociales y corremos el peligro de romper con años de esfuerzos en políticas públicas de igualdad, lo que afectaría tanto a las mujeres como a los hombres que tendrían que mantener un modelo de masculinidad estresante y empobrecedor, alejado de lo gratificante de la convivencia entre iguales.

Todo esto nos presenta un panorama desalentador y supondrá, probablemente, otro intento de devolvernos a las mujeres a casa. Por si acaso, atentas.