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Afganistán y las ganas

la invasión de Afganistán por la alianza occidental anti-talibán ha resultado tan amarga para aquellos que los mandos militares ya ven la realidad guerrillera con los ojos del querer y no con los de la objetividad. Así, el general británico Adrian Bradshaw, segundo jefe de las Fuerzas Aliadas en el Afganistán (ISAF), declaró días atrás que los guerrilleros están en franco retroceso porque "? si en el 2010 los insurgentes cometieron 4.000 atentados y emboscadas, en el 2011 sus acciones rondaron tan solo las 3.000 operaciones?"

El general, empeñado en ver las cosas de color de rosa hasta cuando la Historia señala que Afganistán solamente fue ocupado de manera estable dos veces (una, parcialmente, por el imperio persa y luego por los mongoles), quiere creer que el hecho de en el primer trimestre del año actual los ataques talibanes hayan sido 1.600 también es una clara señal de pacificación del país por los militares occidentales,

El trasfondo abandonista del análisis de Bradshaw se ve con toda claridad en los informes del ISAF sobre la situación que imperará en el 2015, cuando el grueso del esfuerzo de la lucha anti guerrilla correrá a cargo del ejército y la policía afganos a las que están entrenando y equipando actualmente los especialistas occidentales. Según esos informes la situación será dentro de tres años muy similar a la actual, pero para entonces Afganistán dispondrá de cerca de 200.000 soldados -285.000 en el 2018- y 175.000 policías. Y a partir de entonces -dicen- estos hombres llevarán todo el peso de la pacificación y estabilidad interior.

De que su capacidad de hacerlo será muy parecida a la eficiencia de las tropas occidentales no se quiere dudar en el ISAF ni en las cancillerías occidentales. Unos y otros señalan que ya hoy en día efectivos afganos participan con función de mando en el 40% de las operaciones militares y de mantenimiento del orden. Consecuentemente, en el 2015 tendrán experiencia y entrenamientos más que suficientes para suplirá a las fuerzas occidentales.

Todos estos cálculos optimistas de los occidentales no impiden reconocer que el escenario pintado tiene un decisivo punto débil: la financiación de las fuerzas de seguridad afganas. Y es que incluso si el enrolamiento no pasase de los 300.000 soldados en el 2108, un 30% menos de lo que se considera una fuerza óptima para controlar el país, Afganistán no está en condiciones de sufragar el costo de sus propias fuerzas de seguridad.

Hoy en día estas absorben anualmente algo más de los 4.000 millones de dólares y del presupuesto afgano no salen más que 500 millones para la partida militar. Para evitar deserciones por impago de las soldadas o un equipamiento inferior al de los rebeldes por falta de presupuesto, los Estados Unidos han prometido que se harán cargo del 50% del déficit militar después de que sus tropas hayan abandonado el país.

Para los restantes 1.800 millones, Washington quieren creer en la predisposición de sus 49 aliados de la ISAF de asumir la carga presupuestaria. Esto se puede dar por seguro en caso de naciones ricas y reacias al intervencionismo militar -como Alemania-, pero no en el caso de naciones pequeñas o pobres que consideran ya hoy en día excesivamente gravosa su presencia armada en el Afganistán.