Gernika
Desde siempre, cada 26 de abril recordábamos en casa el bombardeo de Gernika, convertida en símbolo del sufrimiento de inocentes. Y, aunque había muchos otros desgraciados ejemplos de poblaciones destruidas en este país conquistado por las armas, la villa foral simbolizaba además nuestras capacidades históricas de autogobierno, nunca concedidas graciosamente por nadie sino nuestras simplemente por historia. Derechos que también ahora estigmatiza el centralismo español y que continuamente intenta minimizar debilitando incluso las competencias estatutarias que a duras penas se arrancaron tras la dictadura.
¿Cómo olvidar Gernika si todavía recuerdo a mi tío Iñaki llorando? Muchos años después, su indignación, que aumentaba a medida que recordaba la propaganda oficial del franquismo, se iba convirtiendo en una gran tristeza que no podía controlar al rememorar lo que encontró al entrar en la villa foral tras el bombardeo para dar parte al Gobierno vasco de lo que había sucedido. ¡Cómo iban ellos, vascos nacionalistas, a destruir nuestra ciudad símbolo!, decía llorando callandito.
Han pasado los años y siguen recordándonos que ahí están preparados para hacer lo que sea con tal de que el pueblo vasco no avance en el ejercicio de su soberanía. ¿O es que las maniobras del Ejército español paseándose por Elgeta el día del aniversario de la caída de ese frente son otra cosa distinta?
Elgeta. También ahí estuvieron los míos combatiendo por Euskadi en el año 1937.
De vez en cuando surge el debate del perdón, y los y las herederas de los rebeldes franquistas de 1936 nos insisten machaconamente en que es necesario perdonar; mejor dicho, dan por hecho que tenemos la obligación de hacerlo.
En nuestras familias optaron por hablar poco y prefirieron educarnos en lo que siempre habían sido, esto es, demócratas y personas convencidas en la razón y en el corazón, y que complicaron sus vidas y sus responsabilidades laborales y familiares para defender lo suyo, lo nuestro. Por el contrario, soportamos a quienes no se arrepienten de sus actos de barbarie y a sus descendientes haciendo cada vez mayor ostentación impúdica de lo que son, por supuesto sin el arrepentimiento necesario en quienes se llaman a si mismas personas de bien.
Por cierto, corre por internet una lista de cargos del Gobierno del PP. Y, ¡oh!, ninguna sorpresa, son los hijos y los nietos; mismos apellidos, mismas intenciones.
Mejor nos quedamos con el ejemplo de Gernika, que representa a todas las personas que sufrieron un calvario de exilio, cárceles, maltrato laboral y personal. Gernika es, pues, mucho más que emblema de la necesidad de paz en el mundo, es, sobre todo, imagen orgullosa de lo que es el pueblo vasco.