LA China actual es un cúmulo de paradojas políticas, ya que cuanto más rica y poderosa se vuelve con el milagro económico iniciado por Deng Xao-ping tras la muerte de Mao Tse-tung mayores se vuelven sus problemas políticos. Y cuanto más avanza su industria y tecnología, más se orienta políticamente hacia los valores tradicionales de Confucio.

La situación se puede explicar en gran medida por el empeño del politburó pekinés de llevar a cabo una especie de cuadratura política del círculo: implantar una economía de mercado al tiempo que se mantiene un férreo monopolio del poder.

Este "más difícil todavía" de los comunistas chinos es una consecuencia directa del colapso de la Unión Soviética a finales de los 90. Aquél fue un fiasco ideológico-político causado por la bancarrota de una economía estatal dirigida por burócratas de formación más excelente en marxismo que en dirección de empresas.

El politburó chino escarmentó con la quiebra soviética y enmendó de momento los dos errores estalinistas : abrió la economía de la República China a la iniciativa privada y cerró a cal y canto la estructura del poder contra innovaciones ideológicas, individualismos desbocados y abusos del poder.

El invento funcionó un tiempo -un tiempo más bien corto si se recuerda la matanza de la plaza pekinesa de Tianamen-, pero el galopante enriquecimiento de varias ciudades y provincias fue resquebrajando por doquier las estructuras centralistas. Tanto más, cuanto que el crecimiento ha sido tan desigual como impresionante. En el país se multiplicaban los millonarios, pero también volvía a surgir la discrepancia entre una China rural cada vez más pobre y atrasada y una China de las grandes urbes de vida abundante y abundantes millonarios.

Y también volvía a surgir la debilidad humana de siempre, con el desbordamiento de la corrupción y la pasión egocéntrica. La cima de esta última ha sido Bo Xilai, un hombre joven al que se le auguraba el ascenso inmediato a número uno del PC.

Bo, consciente de que sus ambiciones y maniobras político-económicas le habían granjeado tantos enemigos en el politburó que su ascenso se volvía cada vez más problemático, intentó reforzar ideológicamente su candidatura erigiéndose en líder de los partidarios de una China maoísta y la revolución cultural. Era justamente la China de la que había renegado el Partido Comunista tras el colapso soviético y ahora el politburó cerró filas contra Bo Xilai, defenestrándolo del escenario político por conducta inmoral. Esto es un pecado indiscutible en tanto que el retro-comunismo podía ser arma de doble filo.

Echándole en cara a Bo su conducta no solo se orillaba el espinoso tema del abandono del campesinado y la discriminación de varias etnias, sino que se apelaba a uno de los valores tradicionales de la sociedad china: el que exigía que el funcionariado -los mandarines en la era de Confucio- había de tener una preparación administrativa excelente, pero lo esencial era que tuviese una cualidad moral impecable; en la época confuciana los exámenes de los aspirantes a mandarines se desarrollaban mayormente sobre cuestiones morales.

Reprocharle a Bo una conducta indigna era algo que entendía todo el mundo.