LA expresión "avispero balcánico" se acuñó en Occidente tanto por el empecinamiento de los europeos orientales en matarse mutuamente como por la intransigencia política, rayana en lo absurdo, de las naciones de esa parte del mundo.
Después de las guerras yugoslavas de finales del siglo pasado provocadas por el, a la sazón, presidente Milosevic, la tranquilidad y la convivencia brillan por su ausencia en la Europa del Este. Y se podría decir que el sentido común tampoco se deja ver por esos andurriales.
Así, Grecia veta todo tipo de aproximación de Macedonia a la rica Europa Occidental alegando que el nombre de Macedonia es exclusivamente suyo desde las conquistas de Filipo y Alejandro el Grande y ha llevado esa absurda "guerra de la nomenclatura" a los tribunales internacionales. La República de Moldavia reclama como suya una franja de tierra rusa -Transnistria- que el III Reich le concedió a Rumanía a comienzo de la II Guerra Mundial, mientras que da por bueno no estar unida a Rumanía, de la que cultural e históricamente formó parte siempre hasta dicha conflagración. Y la nada balcánica Hungría tiene arrebatos de megalomanía, concediendo la doble nacionalidad a todos los ciudadanos de origen magyar que viven allende sus fronteras… ¡desde Rumanía hasta los Estados Unidos!
En este avispero, Kosovo constituye la pieza más amarga por las intransigencias de los serbios -los del propio Kosovo y los de Serbia- como de los albaneses que constituyen la mayoría étnica del país. Esta tensión se agravó la semana pasada al querer ofrecer la UE a Belgrado el estatuto de país aspirante a la integración. Para ello era condición irrenunciable que Belgrado renunciase definitivamente a sus reivindicaciones sobre el norte de Kosovo (capital Mitrovica) donde la inmensa mayoría de los residentes son serbios.
Las negociaciones fueron un doble "trágala" para Prístina y Belgrado. Estos Gobiernos siguen encasillados de cara a sus respectivos pueblos en un maximalismo nacionalista -por ejemplo, Serbia se refiere siempre a Kosovo en los documentos oficiales como a "Kosovo*", siendo el asterisco una llamada a una nota marginal en la que se especifica que Kosovo es una referencia geográfica y no política-, pero ante los negociadores bruselenses se comprometieron ambos a llegar a soluciones prácticas de convivencia para que los dos Estados puedan llegar a ingresar en un futuro no muy lejano en la UE.
Y cuando todo el mundo respiraba aliviado a finales de febrero en Bruselas por lo logrado, se descuelga de sopetón Rumanía vetando un eventual ingreso de Serbia en la Unión porque considera que Belgrado no protege debidamente la cultura de la minoría rumano parlante, unas 30.000 personas, de Serbia Oriental (valle de Timok).
Ni en Belgrado ni en Bruselas se acaba de entender el veto rumano ya que Bucarest no había planteado de forma definitiva el tema hasta ahora. Tampoco se le da mayor importancia porque se cree que es una maniobra momentánea del presidente rumano -Traian Basescu- para superar a base de aspavientos nacionalistas el enrome descontento popular en que ha sumido a Rumanía la durísima política de austeridad con que está haciendo frente a la crisis económica. Esta interpretación parece confirmarse, ya que a los dos días Basescu declaró que "podría retirar el veto…"; el impacto patriótico sobre el electorado ya se había conseguido…