El rebrote de la violencia egipcia podría llamarse la contrarrevolución de los Hermanos Musulmanes, porque al margen de las urnas -en Egipto la democracia auténtica está aún por llegar- militares e islamistas están forcejando por ver quién va a mandar realmente en el país.

Porque la revolución del año pasado -que acabó con el régimen de Mubarak- fue en realidad una rebelión de palacio en la que el generalato, asustado por los planes del hijo de Mubarak de privarles de sus monopolios, movilizó al pueblo para derribar al 'rais', al primer mandatario. Y si bien esta operación alcanzó el derrocamiento, resultó un error de cálculo del alto mando militar. Encastillados en sus privilegios, los generales creyeron que los Hermanos Musulmanes ganadores de las elecciones seguirían siendo el partido dividido y acobardado de la era Mubarak, cuando se avenían a constituir una "oposición cooperante" con el Gobierno.

Pero el partido no sólo se había percatado de que sin Mubarak desaparecía la opresión policial, sino de que las algaradas callejeras los erigían en primera fuerza democrática de Egipto. Lo eran por méritos propios -fue el partido musulmán que aportó más ideas reformistas y nacionalistas al mundo islámico del siglo XX- y porque los generales les ayudaron discreta, aunque decididamente, a imponerse en la primera fase de la apertura política del país. Y, todo hay que decirlo, porque en Egipto no existían ni existen aún figuras políticas notables y conocidas por el pueblo. En aquél vació democrático, los pocos elementos de referencia eran todos aportaciones de la ideología y estructura de los Hermanos Musulmanes. Estaban en condiciones de tomar el poder y ahora querían tomarlo.

Pero esto no formaba parte de la hoja de ruta que se habían trazado los generales para la era democrática. El mariscal Husein Tantaui, un militar que había participado dignamente en todas las guerras egipcias del siglo pasado, pero que había hecho carrera ante todo por el patrocinio de Hosni Mubarak (se le llamaba 'el perrito faldero de Mubarak'), había imaginado un parlamentarismo tutelado por los militares a la usanza anterior: las decisiones y las leyes válidas las debía adoptar el Parlamento a sugerencia -u ordenanza- del estado mayor.

Y como el desarrollo real de la transición democrática cogió por sorpresa a los militares, estos se encontraron desbordados por los acontecimientos y sin planes para contrarrestar tal eventualidad. Así que, apremiados por el calendario parlamentario y el afianzamiento de los Hermanos Musulmanes en las preferencias políticas del pueblo, los generales volvieron a recurrir a la herramienta con que echaron a Mubarak : a los motines teledirigidos de las turbas.

Sólo que esta vez el escenario había cambiado profundamente: ni había el vacío de ideología y poder del año pasado, ni había la ausencia de un rival político de importancia. Ahora los Hermanos Musulmanes ocupaban claramente el escenario popular y dominaban tanto o más que los militares el arte de movilizar a las masas y lanzarlas a tomar las calles.

La pugna no está decidida aún, pero hoy por hoy Tantaui y los generales están en clara desventaja y parece que solamente un error gravísimo de los Hermanos Musulmanes en un futuro inmediato puede devolverles pronto el poder.