No quiero necrológicas en vida
Aquel hombre que tanto hizo por el turismo literario -me refiero a ese viaje inacabable que es la lectura...-, Miguel de Cervantes, dijo aquello de que más vale el buen nombre que las muchas riquezas, en franca alusión al prestigio, un bien intangible pero real como la vida misma. Junto a la estrategia forma un tándem casi indestructible: el buen nombre y la eficaz venta de tus virtudes.
Cuando Marco Tulio Cicerón dijo aquello de que aquel que seduce a un juez con el prestigio de su elocuencia es más culpable que el que le corrompe con dinero, estaba equivocado. También los grandes yerran. Hay que vencer, sí, pero con convicción. La imagen que Bilbao proyecta al viajero, desviándole hacia uno de los rincones emblemáticos de la villa, es un discurso digno de los mejores oradores griegos.
Una victoria sobre el gran dragón inmobiliario, eso es lo que ha logrado el Ayuntamiento de Bilbao con la adquisición del edificio de la BBK que toma la curva de ballesta, allá en la plaza Circular, sin que las arcas municipales se resientan de las lumbares. La miga del asunto es que la operación no ha costado un duro. Parece diseñada por un gran estratega, por un Napoleón de las finanzas.
En tiempos de crisis, la imaginación es más importante que el conocimiento. Así lo han interpretado desde el Ayuntamiento. Es una buena respuesta, un directo a la mandíbula de quienes acusan a la política de ver la vida de color gris marengo. Es cierto que la creatividad no es atributo común en las artes de gobierno, tan acostumbrado a un suma y resta cotidiano, pero también lo es que cuando se hacen las cosas bien no hay que escatimar elogios, no sea que caigan en el desencanto y no les dé por repetir iniciativas semejantes.
Recuerdo que hace muchos escuché a un alcalde, de ya no recuerdo qué localidad, una frase que me marcó. Había tomado una decisión -qué malo el olvido y qué duro su castigo: tampoco me viene a la memoria cuál...- que trajo pingües beneficios al pueblo. Al día siguiente, salió a tomar café como solía. A cada paso, los vecinos le alababan la iniciativa y cantaban las virtudes del edil, a su entender de manera exagerada. "No quiero necrológicas en vida, sino ganarme el sueldo y que disfrutemos de lo logrado". Dio igual. Los palmeros no callaron.