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La fábula del talento

Bienaventurado aquel que tiene talento y dinero porque empleará bien este último. La frase del comediógrafo griego Menandro, pronunciada hace aproximadamente veinticinco siglos, explica la ingenuidad de los clásicos. Por aquel entonces, Atenas era el centro de la tierra y se sospecha que los artistas y filósofos de la época se alimentaban de versos, pensamientos e hidromiel. Mucho tiempo después, Benjamin Franklin, presidente del nuevo eje del universo, Estados Unidos, se mostró mucho más certero al decir que de aquel que opina que el dinero puede hacerlo todo, cabe sospechar con fundamento que será capaz de hacer cualquier cosa por dinero.

Vienen al caso estas disquisiciones ahora que se sabe que un puñado de sabuesos husmean ese capital tendente a la fuga o al camuflaje con bigote y barbas postizas. No lo hacen nada mal, si se juzga la cantidad rescatada de esa cuadrilla de golfos apandadores capaces de declarar ante Hacienda que son pobres de solemnidad sin ruborizarse como acostumbra a suceder con la declaración de los enamorados. La historia del fraude fiscal en Bizkaia -¡qué digo en Bizkaia, en el mundo entero! Que se lo pregunten si no al viejo Al Capone, al que la justicia dio caza por evasión de impuestos cuando en su tarjeta de visita se anunciaba como vendedor de antigüedades...- puede leerse como una buena e intrigante novela policiaca. Lástima que, como diría la legendaria Agatha Christie, el detective no sabe nunca más que el lector.

Volvamos al talento. Hace falta ingenio, ingenio del malo, para superar los ojos de los centinelas. Un cualquiera no sirve para el fraude ni el disimulo. Eso sí, la picaresca es casi milagrosa. Se han visto a cojos subvencionados correr como locos en las playas de Ipanema y a pobres de pedir zamparse una langosta con toda su barba en el Astuy de Isla. Vehículos de lujo, pisos palacio, en justa contraposición a los pisos patera, mullidos asientos contables que se hunden más de la cuenta, fortunas que desaparecen en las manos de un mago financiero con la misma facilidad con la que aparece un conejo (así me explico cómo doblan y papelito y al desdoblarlo ya no es un papelito: es un billetazo de quinientos euros...), lencería fina o trajes de lujo... ¡Qué se yo! Quieren cortales las alas, pero estos pájaros levantan rápido el vuelo. ¡Que les enjaulen!