La decisión del presidente de la Autoridad Palestina, Abu Abbas, de cortar por el camino de en medio y pedir en la Asamblea General de la ONU de esta semana el reconocimiento del territorio palestino (Cisjordania y la Franja de Gaza) como Estado de pleno derecho resulta sorprendente.

Porque la iniciativa está destinada al fracaso ya que el trámite quedará vetado por los Estados Unidos -máximo valedor de Israel en el mundo- en el Consejo de Seguridad y esto lo saben todos, comenzado por Abbas. Entonces, ¿por qué se lanzan los palestinos en pos de un nuevo revés diplomático?

En el enrevesado mundo político de Oriente Próximo se dan dos explicaciones. Una es obvia: que para salir del asfixiante arrinconamiento en que los ha metido Israel, la Autoridad Palestina tiene que lanzar un órdago soberanista justamente ahora cuando tanto Obama como Netanyahu -jefe del Gabinete israelí- están pasando grandes apuros políticos y económicos en sus respectivos países, amén del acoso de una opinión pública mundial nada comprensiva con la política israelí de acoso racista.

La creación de un Estado palestino soberano simplificaría el problema político del Oriente Medio y la carga económica que suponen las subvenciones a los refugiados palestinos se reduciría un tanto para los Estados Unidos y sus aliados árabes.

Pero incluso si la solicitud de la Autoridad quedase frustrada en la ONU, la maniobra puede resultarles rentable a los palestinos. Washington y Jerusalén podrían negar la independencia, pero avenirse a mejorar mucho o bastante la situación actual de los súbditos de Abbas. Tanto el bloqueo militar y económico israelí de la Franja de Gaza como la ininterrumpida expansión de asentamientos israelíes en los territorios palestinos son mal vistas en todo el mundo, inclusive entre buena parte de los asesores del presidente estadounidense, Barack Obama.

De todas formas, una dulcificación de la presión israelí solamente se conseguiría si la Casa Blanca ejerciese una fuerte presión sobre Netanyahu. Hasta ahora esto parecía absolutamente imposible, pero en los últimos meses Obama ha mostrado síntomas de favorecer un cambio así en Jerusalén.

En Europa este cambio de sensibilidad norteamericana apenas se ha notado, pero en los Estados Unidos, sí. En especial, los círculos sionistas lo han detectado y lo han rechazado con la vehemencia característica de todo lo que atañe en los EE.UU. a la defensa de Israel. Esto se vio la semana pasada, cuando en el distrito electoral de Brooklyn -uno de los más densamente poblados por ciudadanos de etnia judía y que sistemáticamente vota al Partido Demócrata- se celebraron comicios para cubrir una vacante en la Cámara de Representantes: ¡Ganó el candidato republicano!

Pero en la coyuntura actual, con el país bordeando una gran recesión y la reelección del año próximo casi descartada, cabe la posibilidad de que Obama anteponga los intereses económicos inmediatos de la nación a una política tradicional que no entiende ni acepta el 100% de los ciudadanos estadounidenses.

No es una probabilidad; es tan sólo una posibilidad. Y la Autoridad Nacional Palestina va intentar aprovecharla.