Compasión opaca, cuantiosa y sospechosa
las penosas noticias sobre la hambruna imperante en el Cuerno de África, que afecta a unas 12.000.000 de personas y ha causado la muerte de 29.000 niños en las últimas 12 semanas, se han visto recrudecidas por la negativa de una de las guerrillas somalíes -la de al Shabaab en primer lugar- a que ninguna organización no gubernamental o internacional lleve alimentos a las provincias meridionales, las más castigadas por la sequía y el hambre.
Eso cuestacreerlo, y más entenderlo, si se hace un análisis simplista de la "maldad" guerrillera. Pero si se enfoca el tema -cómo lo hace la escritora neerlandesa Linda Polman- desde una perspectiva empresarial, las piezas empiezan a encajar… aunque repugnen igualmente.
Y es que el mundo de lo que podríamos llamar la industria de la piedad mueve anualmente donativos por valor de unos 150.000 millones de euros que son captados, gestionados y repartidos por unas 370.000 organizaciones no gubernamentales. El volumen de los donativos es impresionante y la falta de una supervisión internacional de su gestión es inverosímil.
Sobre todo, porque la transformación del dinero donado en ayudas efectivas a los damnificados del mundo no sólo pasa por unas entidades que en muchos casos son de una ineficacia tal que el 40% de los donativos se invierte en gastos administrativos y campañas publicitarias, sino que en la mayor parte de los casos la labor humanitaria concreta, local, se lleva a cabo por delegación: La contratación de una cascada de empresas intermedias encargadas de llevar alimentos y demás socorros a las poblaciones, vuelve a elevar los gastos administrativos de las entidades benefactoras. Médicos sin Fronteras, una de las entidades filantrópicas más serías y honradas, para no entrar en el mercado de las subcontratas se vio obligada en mitad de la campaña pro damnificados del tsunami del 2004 en Asia a pedir que no se les envíe más donativos porque no los podía aprovechar debidamente.
Esta cadena de intermediarios que se ganan la vida con la generosidad de los donantes genera un mercado tanto más interesante cuanto más pobre y desolada es una región. Piénsese que solo en Dadaab (Kenia), el mayor campamento de refugiados del mundo, con un censo de 400.000 habitantes -aproximadamente como Murcia- a pesar de que fue construido hace 20 años para acoger sólo a 90.000, está regido teóricamente por la ONU, pero la ayuda es distribuida dentro del campamento por una veintena de organización no gubernamentales que en la mayor parte de los casos han contratado empresas y trabajadores locales para llevar a cabo la labor… y ganarse de paso unos dineros. Y vista (en África, Asia y parte de Sudamérica) esta obra humanitaria como un buen negocio de distribución, la guerrilla somalí no se quiere quedar al margen del flujo de beneficios generados por la ayuda y se cierra en banda con un "o todos, o ninguno". Ese flujo no es ninguna minucia ya que la ONU declaró que para combatir esta hambruna africana se necesitan por lo menos 1.600 millones de dólares.
Naturalmente, en el caso del África Oriental la situación se ha visto agravada por el pánico nigeriano a ver el país invadido por millones de emigrantes somalíes y etíopes que ya no pueden vivir en sus países. Y de ahí que los campamentos de refugiados se han transformado en unas inmensas islas en las que se entra con dificultad, pero de las que no se puede salir más que para abandonar Nigeria… o la vida. Ello ha terminado por hacer de los campamentos nigerianos de Dadaab, Dagahley, Ho y Hagadera unos auténticos islotes socioeconómicos que tienen sus propios mercados laborales (con casi todos los oficios, menos el de médicos), inmobiliarios, de servicios y hasta Prensa local y unos baremos sociales en los que la categoría de los distintos residentes se refleja en la calidad de sus residencias, que van desde las tiendas de campaña y chozas de espinas con techos recubiertos con lonas de plástico de los recién venidos hasta las pequeñas casas de ladrillo y con patios interiores de los más antiguos y afortunados -o los más vivos- del campamento.