la dimisión en bloque de la cúpula militar turca registrada la semana pasada -una dimisión que el jefe del Gobierno, Recep Tayyip Erdogan, transformó en jubilación anticipada- certifica un profundo cambio que ya se estaba notando: la Turquía laica y europeísta ha sido sustituida por una islamista y orientada a Asia.

Desde un punto de vista político, la eliminación de los viejos generales pone fin a la concepción -aún anclada en la Constitución- del creador de la República Turca, Kemal Mustafá, llamado Atatürk (Padre de los turcos).

Este militar puso fin a principios del siglo XX a la agonía social y política del sultanato, llevando a cabo una revolución profundísima, más radical aún que la bolchevique en Rusia. Porque Atatürk no solo le devolvió al país su orgullo nacional, sino que lo sintonizó con la Europa Occidental surgida tras la I Guerra Mundial. Introdujo el alfabeto latino, el Estado de Derecho sustituyó al fundamentalismo religioso, impulso la modernización económica e industrial del país y orientó a la intelectualidad turca hacia los valores imperantes en las grandes potencias del momento, las de Europa Occidental.

Y como Kemal Mustafá llevó a cabo esta gran revolución con la ayuda de los jóvenes oficiales, delegó en el Ejército la misión de cuidar de que la revolución no se echase a perder tras su muerte. Un encargo que el alto mando militar asumió con tanto entusiasmo que llevó a cabo tres golpes de Estado en 50 años (desde los 60 hasta hoy) para "reorientar" al país y tuteló de forma nada disimulada el quehacer político de los partidos.

Pero lo viejos vicios bazaríes pudieron más que el celo revolucionario de Atatürk y poco a poco fue surgiendo un contubernio entre el gran empresariado de las metrópolis y el alto mando militar que hizo de la Turquía de finales del siglo XX una nación casi tan corrupta y decadente como la Turquía de los sultanes de finales del XIX.

En este marco decepcionante y pesimista -la gran esperanza de un desarrollo económico era a finales del XX la UE y esta mostraba con toda claridad que no pensaba incorporar a Turquía en la Comunidad-, en las capitales de provincia fue surgiendo una generación de empresarios dinámicos, antimilitaristas y musulmanes creyentes… con moderación.

Esta generación no solo generó un nuevo bienestar -un bienestar como ya no se recordaba en el país-, sino que produjo también una hornada de dirigentes políticos (concentrados en el partido AKP) que reorientó la República hacia un nacionalismo musulmán y una conciencia de comunidad con los pueblos de etnia turca del Asia Central y Occidental. Erdogan, antiguo alcalde de Estambul, y el presidente Abdulá Güll son los más conocidos, pero no los únicos.

Un cambio de tanto calado no solo desafiaba los principio kemalistas, sino que marginaba a marchas forzadas al generalato, que no ha parado de mostrar su antagonismo al AKP y urdió sin mucha fortuna varios conatos de golpismo.

Erdogan, envalentonado por dos victorias electorales seguidas en las que no alcanzó, por muy poco, la mayoría absoluta y un claro apoyo de la opinión pública, respondió con dureza creciente a las maquinaciones militares. Esta dureza se refleja en que, actualmente, están pendientes de juicio 42 altos mandos militares (incluidos varios generales) y, sobre todo, se acentuó en la negativa de Erdogan de respetar los ciclos de ascensos y promoción de los detenidos mientras no hubiera un fallo definitivo de los tribunales.

Era todo un desafío a la cúpula militar que esta recogió, presentando la dimisión en bloque con la esperanza de contar con el apoyo de la opinión pública. Y creyendo también que Erdogan sentiría aún el respeto de otrora por el Ejército y su generalato. De momento, el triunfo del AKP sobre los militares y los laicistas ha sido contundente. Y seguramente será tan duradero como duradera sea la era de bonanza económica y revaloración internacional que está atravesando la Turquía de Erdogan.