la penosa, enconada y maximalista negociación del presupuesto estadounidense de este año resultaría ininteligible e incompatible con el tradicional pragmatismo sajón si no fuera porque a caballo de este tema se dirimen dos batallas a la vez : la de las dos Américas de siempre y la de las elecciones presidenciales del año próximo.
Esta última batalla es evidente : la crisis económica grave, las decepciones militares del Irak y Afganistán y los altísimos costes de las reformas sociales prometidas por el Presidente Obama, han mermado la confianza pública en él hasta el extremo de que los republicanos han reconquistado el Congreso y los radicales del partido del té están ganando la calle. En estas condiciones, un tema vital como es el presupuesto -sin un acuerdo inmediato, el país no podrá atender sus pagos nacionales e internacionales a partir del dos de agosto- sirve para poner en evidencia al presidente; para que se vea como se le ha apeado de sus principios.
Porque demócratas y republicanos están de acuerdo en que la gigantesca deuda pública estadounidense se incremente este año hasta cerca de los 17 billones de dólares, pero los republicanos exigen para su visto bueno una limitación de la capacidad gubernamental de nuevos endeudamientos. Eso lo entendería el país entero como un bozal económico que se le impone a Obama a causa de su incompetencia administrativa y gubernamental. Y con semejante sambenito le resultaría casi imposible ganar los próximos comicios.
Evidentemente, la inquina republicana contra la política socializante de Obama no es una cuestión de números o de mal humor debido a la dureza de la crisis, sino una cuestión de principios que tiene enfrentada a la sociedad de los Estados Unidos desde su nacimiento. Una parte del país -representada por el Partido Republicano- cree que los EE.UU. han llegado a ser una superpotencia porque cada quisque se las arregla como puede y que el que triunfa arrasa con todo y el que fracasa no tiene derecho a nada... piedad y solidaridad voluntaria, aparte Y esa visión de la vida va desde lo económico hasta lo racial…, sin excluir los correspondientes excesos. Esta postura explica la exigencia de muchos californianos de que los inmigrantes clandestinos y sus familias no tengan derecho a la enseñanza y sanidad públicas porque -como no pagan impuestos- no contribuyen al mantenimiento de esos servicios. O la conducta de grandes sectores de la sociedad sureña -especialmente Arizona- que denuncia los problemas de convivencia y seguridad que trae consigo la inmigración ilegal, pero se niega a ver la gran aportación de esa mano de obra baratísima al auge económico del país.
La otra parte del país -la que vota a los demócratas- pretende que los EE.UU. tengan un Gobierno paternalista, con leyes protectoras de los más débiles por muchos que sean los abusos que puedan darse al amparo de ese paternalismo. Es una visión parecida -en lo poco que Europa y los EE.UU. se asemejan- a la del Estado del bienestar que se ha extendido por el Viejo Continente al amparo de los políticos socialdemócratas
No hace falta decir que la conjunción sensata -hecha con sentido común- de estas dos posturas sería el camino ideal a seguir por la sociedad estadounidense. Pero en estos momentos de dura crisis económica, frustración nacionalista (por el terrorismo y los reveses militares) y excitación política ante la perspectiva de un posible cambio en la presidencia, en la sociedad norteamericana impera mucho más la pasión que el sentido práctico.