El islamismo turco enseña los dientes
LAS parlamentarias turcas de este año tenían un ganador anunciado - el partido islamista AKP del primer ministro Recep Erdogan-, así que lo que de verdad se dilucidaba en los comicios del pasado fin de semana era el carácter confesional que va a tener la República: islamismo o laicismo. Y no lo ha conseguido.
Porque la primerísima meta de Erdogan en esta consulta electoral -que ha ganado por tercera vez consecutiva y con mayoría absoluta- era hacerse con una mayoría de dos tercios para poder cambiar la Constitución y dotar a Turquía de un sistema presidencialista muy parecido al francés, aunque los modos de gobernar de Erdogan sean más parecidos a los de Putin que a los de Sarkozy. A falta de esa mayoría de 2/3, en la pasada legislatura Erdogan obtuvo la mayor parte de las reformas perseguidas mediante un referendo que ganó por poco menos del 70% del voto popular; pero las reformas básicas pasan por el cambio constitucional
El AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) está condenado a buscar la reforma constitucional porque es un partido confesional (islámico moderado) que lleva las riendas de la Turquía creada por Kemal Atatürk : una república laica, europeizante y con una garantía de continuidad de sus esencias depositada en manos de la jerarquía militar. Así que desde el 2002, cuando el AKP ganó sus primeras elecciones, el Gobierno islamista de la Turquía laica, kemalista, está empeñado en negarla para transformarla en un Estado islamista, orientado política y económicamente al Asia Central - el Asia de los pueblos turcos - y que trata de pasar a segundo plano sus vínculos occidentales : OTAN y U.E.
Política y económicamente, la gestión de Erdogan ha significado un gran paso adelante del país y la toma del poder por una clase media joven que hace negocios a la americana y reza a lo árabe.
El empeño del AKP no sólo es válido ante la correlación de fuerzas que impera en el mundo del siglo XXI, sino que era imprescindible para sacar al país de la esclerosis de un poder corrupto y monopolizado por la alianza de la jerarquía militar con la plutocracia desde comienzos del siglo XX.
Lo que resulta más cuestionable es la forma de proceder de Erdogan y sus hombres porque da cada vez más la impresión de que "están enfermos de poder". Se podría decir que pisan cadáveres y pisotean principios con tal de imponer su voluntad. Ya no les basta con mandar en la República (hace cuatro años obtuvieron 341 de los 550 escaños), sino que quieren cambiar la nación a gusto y conveniencia de la nueva generación de creyentes musulmanes.
Eso, por lo menos, es lo que sugiere la conducta de Erdogan en el tema kurdo, donde pasó de decir que: "...el problema kurdo es también mi problema..." a negar la existencia de un problema kurdo en Turquía porque -según él- "...a lo sumo en Turquía tienen problemas algunos ciudadanos kurdos...". Y como ha decidido que no hay un problema kurdo, en el territorio kurdo el Gobierno del AKP ha nombrado solamente imanes que no hablan kurdo y mantiene la vieja prohibición de los partidos políticos kurdos. Por cierto, esta minoría soslaya el problema de su representación parlamentaria, donde la barrera de ingreso es el 10% de los votos, presentado a sus candidatos como independientes que, al no ser partido, no tienen que superar porcentaje alguno para ingresar en el Parlamento.
Y si el AKP de Erdogan se ha desentendido de los kurdos en cuanto no le han servido para hacerse con la mayoría de dos tercios, a los partidos de la oposición CHP y MHP, -pero en especial al kemalista CHP- trata de echarlos del Parlamento a fuerza de desacreditar a sus políticos con escándalos sexuales (recientemente dimitieron 10 candidatos del CHP porque aparecieron en internet fornicando con prostitutas). Para llegar a la mayoría de dos tercios, el AKP calcula que si no la logra directamente en las urnas, la podría alcanzar indirectamente impidiendo que los demás partidos entrasen en el Parlamento por falta de candidatos elegibles o por no superar ese mínimo parlamentario del 10%.