UN programa puede ser agudo, ingenioso y dicharachero durante un buen rato y conseguir el aplauso del respetable, pero nadie puede mantener ese nivel casi hora y media sin caer en lo tedioso o lo insufrible. Este axioma, que quedó demostrado empíricamente en Guantánamo con la música de los Bee Gees -después de dañar a una generación entera, una dosis excesiva de sus canciones destrozó psicológicamente a los presos- ha sido ignorado por los productores de Caiga quien caiga (CqC). El programa, que regresó el domingo a Cuatro, esta vez conducido por el triunvirato femenino compuesto por Ana Milán, Silvia Abril y Tània Sàrrias, es una auténtica pasada. En concreto, se pasa desde el minuto 30 en adelante. Y, fundamentalmente, por dos razones: la primera, porque se vuelve empalagoso; y la segunda, porque en la sobremesa de los domingos es imposible permanecer despierto tanto rato. Aún así, hay que reconocer que se lo han currado y que en algunas de las secciones despuntaba la materia gris, en ocasiones gracias al entrevistado, todo hay que decirlo. Estuvo bien la canción compuesta a partir de un sondeo callejero o la charla con el actor que confesó que nació sin culo y que se lo hizo él mismo con un cúter. Por contra, otros espacios fueron de vergüenza ajena y sólo había que ver la cara de Antonio Banderas cuando le regalaron una toalla robada en un hotel. Si alguien con sentido de la medida hubiera cortado parte de la encerrona que le prepararon al ultraderechista Josep Anglada, eliminado la sección de vídeos de YouTube (emitieron uno de hace dos años) y apostado por un poco de mano dura con Zapatero, la nota media habría subido. Por lo demás, las chicas estuvieron correctas (por favor, que la rubia no se haga la tonta), aunque no pudieron evitar la comparación con Wyoming, una carga difícil de llevar. Entregar una gafas a Letizia Ortiz no me parece desafío suficiente para derrocarle.
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