Yo, Antxon
Aspaldiko es un espacio híbrido, un caos con algo de tertulia y mucho de pueril entretenimiento. Es el signo de la televisión actual, cuyo propósito es la confusión entre el drama y la diversión, el triunfo de la tragicomedia. Ahora, Urrosolo vuelve a lo de siempre, recompensado por un Gobierno a favor del cual se pronunció oportunamente. Con un moderador tan tendencioso los debates de Aspaldiko han nacido muertos. Se exige a los tertulianos -hay mucho farandulero- que opinen y hagan el payaso. Que canten y cuenten chistes. El resultado se asemeja al potaje circense que se produce en España. Lo triste es que en esta frivolización del diálogo participan senadores, que entran a los sones de trompeterías romanas, y parlamentarias vascas, que con su presencia acreditan la Sección Femenina de la política. Donde había cercanía temática y calor de debate, Antxon comenzó poniendo tedio y distancia, lo que se proyecta en la lejanía de las mesas; pero ha tenido que rectificar, incluso ha recurrido a varios tertulianos de Pásalo. Urrosolo tiene el mismo problema que López: en la comparación con su predecesor sale malparado.
El peor de los ingredientes de Aspaldiko es la nostalgia, un dolor emocional, el sueño al revés. Y ocurre que buscando a personajes de hace veinticinco años se encuentra con que unos han muerto y otros ya no tienen historia. Lo único que ha cambiado Urrosolo son las gafas. Tiene unas para cada día. Tal vez vea bien de lejos, el pasado; pero necesita otras para ver mejor de cerca, el presente. No tiene futuro.