Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no escucha. Algo de eso ha ocurrido en Bilbao a lo largo de la Historia, con el trepidante rumor de la Ría desbocada avisándonos de mil desgracias posibles y el Botxo dándole la espalda, como si ese chisteo no fuese con la ciudad. Quizás esa indiferencia provenga de los felices y sucios tiempos, cuando la riqueza entraba en mercantes y gabarras y la floreciente industria de Bilbao vertía al agua los rescoldos de la conversión de hierro en oro. Aquel sobrante -aquella mierda, por decirlo en plata...- caía sobre una ría que, aunque bien querida, avergonzaba a los paseantes por su olor y su color. Sea como sea, hubo en Bilbao mano ancha y complacencia sobre los hábitos del Nervión hasta que la catástrofe de 1983, cuando la serpiente de agua trepó calle arriba, provocó las iras de la calle.

¿Cómo es posible no prevenir sucesos como éste?, preguntó entonces el pueblo, como si los agudutxus no hubiesen sido pan nuestro de cada día en los meses de agosto y septiembre, cuando las lluvias del estertor del verano se aliaban con las mareas vivas. Se desvió entonces el cauce de la ría en La Peña, allá donde emergía la única isla de nuestro entorno. Se fijaron nuevos pilares y se reforzaron diques con cemento y hormigón. Veintitantos años después, todo está fuera de cauce. Basta que aparezcan las tradicionales lluvias de enero para que ciudadanos y gobierno nos acerquemos a la vega del Nervión para ver cómo se libra la curva de la tragedia por unos centímetros. Algo se hizo mal entonces o, directamente, algo no se hizo.

Hoy, en pleno siglo XXI, se busca una solución que no obligue a poner velas al santo. Sobre todo porque el desborde puede apagarlas de golpe y dejarnos sin hilo directo allá en los cielos. Es de suponer que en esta era de planos, bocetos, anteproyectos y un sinfín de adelantos tecnológicos alguien dará con la tecla adecuada para evitar la incertidumbre. Dicen que tal vez haya que encauzar la ría de nuevo. Bienvenido sea el esfuerzo pero hay que hacerlo pronto, antes de que se lo lleve la corriente.