Comienzo mi rutina nadando. Un tiempo regalado que hoy he dedicado a imaginar el sonido de las voces que han intervenido en las Jornadas sobre ideología de Género y denuncias falsas organizadas por VOX y que se han desarrollado en la Sala Ernest Lluch del Congreso de los Diputados. Hombres y mujeres reunidas para negar una violencia estructural y atávica que no se sostiene sola (ahí están ellos y ellas también) y que, entre un amplio catálogo de adversidades, mata, a nosotras quiero decir. Sé que a veces una imagen vale más que mil palabras y evoco el rostro de Ana Orantes en la pantalla del televisor. Una mujer que en 1997 se atrevió a denunciar públicamente el horror que llevaba 40 años padeciendo. Días después murió quemada como una bruja por su exmarido. Un feminicidio que marcó un antes y un después en la percepción que la sociedad española tenía de la violencia machista. Un despertar. Ha llovido mucho desde entonces. Ignoro cuántas mujeres han sido asesinadas por su pareja o expareja, por su padre, hijo, hermano, vecino, amigo, no amigo, conocido o desconocido. No lo sé porque no podemos saberlo y porque las cifras oficiales tampoco reflejan la realidad de una lacra que bajo ninguna circunstancia debería ser puesta en entredicho. Jamás y en ningún sitio.