La prensa de Occidente se rasga las vestiduras ante la explosión vengativa del sionismo en respuesta a la operación Tormenta Al-Aqsa, de Hamas el 7 de octubre que cogió al todopoderoso Mossad con los pantalones bajados y en represalia provocó la invasión de Gaza con apoyo de EE.UU., de la UE y de los países gallos del mundo capitalista. Así sigue el Tsahal asesinando niños, mujeres y destruyendo infraestructuras bajo el lema justificativo cómplice: “El derecho de Israel a defenderse”. Es cinismo. Netanyahu respira venganza y odio y es la disculpa para la invasión de Gaza a la que la CIJ ha condenado por genocidio. Las fuerzas armadas que ejecutan la estrategia destructiva contra el pueblo palestino son expertos a los que se educa prescindiendo de sentimientos, pues su manual resalta que son más eficaces cuanto con mayor crueldad se manifiestan en la guerra. Las potencias que apoyan a Israel están infiltradas ideológicamente por el sionismo que maneja los poderes fácticos mundiales y la guerra como medio para imponer su dominio donde haya posibilidad de acumular riqueza e invadir pueblos que buscan la libertad. Recordar el desastre que provocó EE.UU. en Irak para vengar las Torres Gemelas en Manhattan. Los militares americanos incendiaron el Oriente Medio y acusaron a Sadam Husein de almacenar armas de destrucción masiva. Resultó falso, pero después de arrasar la zona estratégica del petróleo. Ahora los judíos bombardean Gaza, pueblo que solo tiene pobreza, pero lleno de dignidad. Estas aventuras las emprenden como cómplices de los yankis que tienen en su cruel historial el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Japón, la invasión de Corea, su humillación en Vietnam. La última: la huida de Afganistán como héroes. Pero, ¿qué se podría esperar de los dos candidatos, Biden y Trump y de Netanyahu, primer ministro de Israel, mastín que guarda los intereses petrolíferos de su protector?
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