Esta madrugada me desperté sobresaltado. Una buena amiga de la infancia, hermana menor de uno de los amigos más íntimos, fallecía repentinamente en una pesadilla inquietante. Desasosegado, aturdido, desorientado, tardé en recuperar el ritmo de la respiración. Poco a poco la niebla en la que el sueño había envuelto mi mente se fue despejando hasta que recuperé la lucidez, perdido ya definitivamente el sueño. Fue cuando me di cuenta de que, en realidad, el sueño no era tal, sino el eco de lo sucedido el día anterior. Izaskun acababa de dejarnos, sin previo aviso aquella mañana, sin que ella pudiera elegir, en uno de esos eventos inesperados que la frágil biología de humanos nos depara. En un instante, tuve la ocasión de contemplar la película de nuestra vida proyectada en sentido inverso, a cámara rápida, hasta retraerme a aquellos felices años en los que nos conocimos, cuando ya no éramos niños pero tampoco aún adolescentes. Aquel último encuentro casual e inesperado en la esquina, junto al portal de casa, ya de noche, en una fría tarde de febrero, pasó a adquirir dimensión de despedida definitiva. A pesar de la brevedad de aquel último encuentro pude comprobar su buen aspecto, su intacta y generosa sonrisa. Siempre la vi y conocí igual, risueña, buena persona. Con el tiempo solo el color de su abundante melena había cambiado para tornarse blanco, añadiendo una capa más de nobleza y bondad a su persona y aspecto. En aquella tarde desapacible tuve ocasión de preguntar por su madre y hermano. Quedamos en que en mi próximo viaje pasaría a visitar a su ama, que ahora ya no veía en sus paseos diarios hasta el faro. Sin duda una de las mejores cosas de vivir lejos es no constatar cada día cuántos de los que fueron importantes en nuestras vidas ya no están. Ya no pude conciliar el sueño. En las horas restantes hasta el amanecer su recuerdo e imagen, sus últimas palabras y expresión quedaron fijados en mi memoria. Eso me reconfortó. Para su familia su irreparable pérdida será más difícil de conciliar, imposible de hecho. Agur, Izaskun, egun handira arte.
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