“Se les vio entre las sombras / por una vía larga / el pelotón de verdugos / no osó mirarles la cara / ¡Ni Alá os salva…!”. Machado, en su generosidad, me perdonará esta pequeña mutación de su poema a Federico, asesinado por los fascistas por “rojo, masón y maricón”. Y, dado que el tiempo y la marea nunca esperan, se mueven, pero de nuevo el tiempo se detiene el 11 de marzo del 2004… No entraré en detalles fúnebres que todos conocemos, muchos falsearon y algunos negaron (aún hoy lo hacen). Son como la sonrisa nerviosa del conejo a punto al ser cegado por los faros de un camión de pruebas irrebatibles. Son, en definitiva, el fanatismo y contumacia que no cesan. Las elecciones eran el 14 de marzo, y en el Gobierno se intuía que una autoría de ETA beneficiaría al PP; y una islamista, al Partido Socialista. Todo aquel Gobierno de Aznar, Acebes, Zaplana… engañó, fingió, no pidió perdón: “ETA buscaba una masacre”. Se propagaron mensajes insostenibles a través de medios afines. Exteriores ordenó a sus embajadores esparcir el mismo barro sobre la autoría… Nada nuevo. Pero los españoles reflexivos dijeron basta, y Zapatero ganó las elecciones. “Hasta el susurro más débil silenciaría a un ejército, cuando dice la verdad”. Bin Laden reconoció que los atentados fueron en represalia por la participación de España en la guerra de Irak. ¿Oído, Aznar y sucesores? Pues eso…