Dicen que el hombre no debe perder jamás la capacidad de asombro, creer que ya lo ha visto todo, porque de lo contrario sería un muerto en vida. Abro el periódico, echo un sucinto primer vistazo antes de leerlo en profundidad y una noticia me impacta: El régimen del Emirato Islámico de Afganistán envía invitaciones para presenciar en los estadios las ejecuciones públicas; familias al completo, niños incluidos, acuden al evento a presenciar flagelaciones, amputaciones, ahorcamientos y lapidaciones. El aforo se sobrepasa y uno se imagina el graderío enfervorizado jaleando el espectáculo mientras consume refrescos, perritos calientes de cordero y dulces. 

A buen seguro, los latigazos ejercen de teloneros mientras que las ejecuciones son el plato fuerte de tan macabro espectáculo. La población, ávida de emociones, de disfrutar de unas horas de asueto con los amigos, acude gozosa cual si de un partido de fútbol se tratase, mientras que el gobierno considera que el evento es además didáctico: educa, forma, instruye y sirve de aviso a navegantes. 

Hemos visto algo parecido a lo largo de la historia: Edad Media, Revolución Francesa, Oeste Americano, siglo XIX, etc., pero lo que contemplamos a día de hoy en tierras afganas no es una ucronía, tampoco una distopía, sino un régimen vesánico vigente ante el que Occidente ha reculado y huido con el rabo entre las piernas. Mucha IA, pero los desharrapados y astrosos talibanes han vuelto a ganar la partida. 

“Distinguido público: Pasen y vean el mayor espectáculo del mundo” pero dicho en pastún y dari.