Ayer, sobre las 19.00 horas, mi hija dejó en la plaza del Ensanche con Colón de Larreategui a mi marido para ir a coger una lotería. Llovía a mares, estaba ya muy oscuro y ambos tenemos discapacidad visual mayor del 80%, él por Aniridia que no le permite ver más que un punto específico y cercano, por tanto tiene visión periférica nula.

Mientras mi marido iba a por la lotería, mi hija dio una vuelta con el coche a la plaza del Ensanche despacito y se dirigió a recogerle en la puerta de la lotería. Le estaban terminando de atender cuando paramos el coche y pusimos los intermitentes. Pasó un coche de una señora a nuestro lado sin problemas, seguido un coche de la OTA y se puso tan maleducado que no nos dejó explicarle que ya salía mi marido, ni nada.

Nos hizo movernos y eso fue el caos. Mi marido ya no sabía donde estábamos. Intenté avisarle por teléfono de que nos habían obligado a movernos unos metros adelante, y aunque estábamos a 5 metros, no nos veía, ni nosotras a él, por la lluvia, los coches, la oscuridad... Mi hija tuvo que dar la vuelta yendo hasta Buenos Aires, y mi marido se cabreó, con lógica, porque al decirle que estábamos un poco más adelante, acabó yendo hasta la plaza Jardines de Albia, luego volvió al Ensanche, y finalmente logramos encontrarle en frente de la administración de lotería de nuevo. Calado, todos alterados, porque perder a una persona que no ve casi nada en Bilbao es un peligro para esa persona, por eso mi hija siempre intenta estar lo más cerca posible de nosotros cuando tiene que recogernos.

Pero por culpa de una persona que no tiene ninguna conciencia hacia la existencia de personas con discapacidad visual extremadamente reducida y sus necesidades de ayuda constante que requieren que la conductora de la familia a veces esté 30 segundos esperando mal aparcada, pero sin estorbar la circulación, se nos volvió el mundo un caos lleno de miedo por perder a mi marido en un día así.