“He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”, escribió Jorge Luis Borges. Sin embargo, sin posibilidad de oír eso por culpa de haber muerto antes de que el maestro argentino naciera, Van Gogh le dijo a modo de sentencia en una carta a su hermano Teo como si estuviese resumiendo su vida, ya que pareció convivir siempre con la desgracia: “No hemos venido a este mundo solo para ser felices”. Stendhal también quiso opinar al respecto y dijo que “La belleza es una promesa de felicidad”. ¿Qué es la felicidad?, le preguntaba alguien a un maestro del budismo zen en un anuncio de televisión. La felicidad es todo, responde. Es la Liga y es la Champions. Parece una opinión frívola y exagerada, pero acierta parcialmente porque, como dijo Valdano, el fútbol es un estado de ánimo y el estado de ánimo es una herramienta imprescindible para la felicidad. Arrigo Sacchi también opinó rebajando expectativas: “El fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes”. Si se da el caso de que ocurre un gol importante, que además es muy bello porque el balón con rosca ha encontrado el ángulo predestinado que desata la exclamación del aficionado y le soborna con cosquillas en el corazón, entonces se podría discutir si el fútbol es arte o magia: poesía visual, triángulos, rectas y carambolas de billar, movimientos de ajedrez que inventan pases infalibles de gol como el que dio el Chimy el viernes. Incluso su gesto de recortador más tarde que evitó un penalti y provocó una amarilla, refrenda que la belleza artificial del fútbol cumple lo que promete. ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía eres tú, diría Bécquer si pudiese reencarnarse de nuevo. Bueno… y el fútbol, añadiría si alguien le pidiese a precio de oro participar en un anuncio como el de Simeone.