Fue un día histórico aquel 1 de octubre de 1931. Las Cortes constituyentes de la II República aprobaban el derecho al sufragio femenino tras una larga lucha por la equiparación de los derechos de hombres y mujeres. Todo un hito para la Europa de entonces, siendo el Estado español, uno de los primeros en conseguirlo. De cómo se fraguó aquel voto tan deseado, la inmensa mayoría de nosotros y nosotras ya sabemos de aquella grandísima pionera, Clara Campeador, artífice principal de la ley que lo posibilitó para que, año y medio después, las mujeres fueran a votar. Las crónicas periodísticas de la época así lo celebraron: mujeres votando. El recuerdo de aquellas antepasadas nuestras, ejerciendo aquel derecho, que las equiparaba en igualdad con sus maridos, hijos o hermanos, tuvo que ser una vivencia que no olvidarían en sus vidas, sobre todo en las zonas rurales más atrasadas y depauperadas. Poco duraría aquel derecho y los demás conseguidos en aquella efímera república (igualmente, conocemos la historia). Han pasado largos años, recuperamos aquel derecho. Tenemos actualmente mujeres con poder, con grandes responsabilidades institucionales. Igual algunas de ellas no conocen o ignoran directamente aquella larga y trabajada ley que permitió votar a esas antepasadas nuestras; también a las suyas.