Aunque soy moderadamente aficionado al fútbol especialmente del Athletic, no presto ninguna atención a jugadores, entrenadores y directivos porque no tienen interés, pero de vez en cuando surge alguna sorpresa que trasciende a lo estrictamente deportivo que se sale de la rutina, salvo lo relacionado con la Copa del Mundo celebrado en Catar, que constituye un escándalo en todos los sentidos, en especial todo lo relacionado con los derechos humanos conculcados y la actitud sumisa de la FIFA al respecto, lo que pone de manifiesto su connivencia con esa mafia que controla el fútbol mundial. El fracaso de España ha provocado una crisis nacional que se ha ocultado gracias al juego que ha aportado la renovación del CGPJ y el motín del TC impidiendo la actividad de los órganos representativos de la soberanía nacional. El fracaso de la selección española exigía la destitución fulminante del entrenador, Luis Enrique. Es una parte de su misión consistente en alimentar la prensa para excitar los valores nacionales.

Al ser eliminada España su actitud cambió radicalmente, pues hizo manifestaciones con cierto tono chulesco, pues se sabía amortizado. Nunca conocí ni me interesó su ideología, pues se limita a defender el nacionalismo carpetovetónico provocador del patriotismo en estado puro. Pero se soltó afirmando: “me encanta el País Vasco, me hubiera gustado ser vasco por sus deportes y la cultura vasca, aunque solo fuera por hablar euskara y saberlo de cuna”. Su deposición se extendió con otros elogios hacia los vascos que más parecían responder a buscar la confrontación con el estamento federativo que momentos antes le destituyó de seleccionador. Aunque me pareció que su alusión a los vascos en esa ocasión no venía a cuento, reconozco que me sentí satisfecho al oír los merecidos elogios de un extraño y me ha surgido cierta simpatía por él. Recibimos tantas coces de la metrópoli…