En el año 1748 el filósofo francés Charles Louis de Secondat (que posteriormente pasaría a la historia, como barón de Montesquieu) escribió su obra cumbre, La ley de leyes, todo un saber y compendio en lo tocante a la separación de poderes, que definía muy claro para la época, lo que debía ser una separación de los poderes de los estados: ejecutivo, legislativo y judicial, sentando así las bases, de las futuras democracias modernas. A Montesquieu le tocó vivir en una época, donde la separación de poderes, era algo utópico y las monarquías absolutas reinaban en Europa y aquello de la separación de poderes era algo impensable y tal vez lo que le decidió a escribir, la citada obra. Volviendo a nuestros modernos tiempos, para ver lo que nos toca cerca, nuestra Justicia nuestras leyes, esos poderes que tan sabiamente nos definió y que con franqueza, no hay por donde agarrarlo. Será preciso recordar de nuevo que, el poder judicial del Estado, lleva más de cuatro años caducado, junto con otros jueces del tribunal constitucional (garante, se supone, de las leyes) con sus cargos también caducados. Con una clase política, incapaz de ponerse de acuerdo, para renovar el máximo órgano de los jueces y cumplir la ley (que dicen respetar). Con un poder legislativo (poder del pueblo) que en el ejercicio legítimo de sus deberes, intenta guste o no, hacer el trabajo para el cual fueron elegidos (mayoría se llama). Después elaboradas y aprobadas esas leyes, sería cuando, un poder judicial totalmente legitimado, pudiera enmendar o rechazar, entonces y solo entonces, aquello que se ha sometido a su juicio. Recomendaría encarecidamente la lectura de La ley de leyes a esos políticos, a dichos jueces, con la toga y forro.