Las fosas y las cunetas
Hace ya algunos años, un jovencísimo vicesecretario de comunicación, del partido político que en aquel momento gobernaba España, efectúo unas más que desafortunadas declaraciones, a cuenta de los desaparecidos y fusilados de la Guerra Civil y posterior represión franquista, a lo que llamó “despectivamente” la guerra del abuelo y las fosas de no sé quién, aquellos carcas de izquierda, resumió. No fue la primera burla (miserable) ni la única por parte esta vez de compañeros de su partido. Cunetas y unas quizás olvidadas fosas son donde ignominiosamente reposan por decirlo de alguna manera aquellos fusilados del abuelo, aquellos carcas de izquierda que un régimen totalitario y represivo así lo decidió a sangre y fuego. Después de 47 años, una ley, la de la memoria democrática, viene en parte a tratar de corregir y reparar, con justicia y dignidad, a los hijos, nietos o herederos de todas y todos aquellos represaliados y darles los más que queridos y merecidos de los adioses, con nombres y apellidos, con un descanso digno y no en fosas o cunetas infames. Seguro que ya, lector o lectora, que ahora me lee, ha adivinado quiénes son los prendas a los que frivolizar con el dolor y la memoria de desparecidos y represaliados y el de sus familias y les parece de lo más normal, ignorando de una forma cruel una página negra de nuestra historia. Sobre esa suerte de democracia, que recomenzó allá por 1978, no puede obviar por más tiempo la deuda que tenemos con ese pasado, porque está ahí incluso para los que reniegan de aquellas fosas de aquellas cuentas.