Son importantes los esfuerzos realizados durante los últimos años por el Ayuntamiento de Bilbao para trasladar una imagen de un Bilbao moderno y limpio, un sitio amigable al que cualquier turista querría acudir. Sin embargo, esa imagen de postal choca con unas calles que ven cómo sistemáticamente son minadas por los excrementos de perros cuyos dueños estiman que no es necesario recogerlas.
No tendría mayor importancia si estuviéramos en medio del campo, pero en la ciudad convivimos con menores que no saben diferenciar lo insalubre de un juguete, con personas en sillas de ruedas que no tienen por qué mancharse con la mierda de los demás, o mayores y críos que hacen uso del carro y acaban llevándose los excrementos a casa.
Es un problema tanto de civismo como de dejación del Ayuntamiento al no perseguir a las personas infractoras.