Quién iba a decirme a mí que iba a darte tierra. Y te vas a los catorce. Me dejas más solo que la luna. Mira qué saliste feo y pelón, pero a los tres segundos ya te quise. Tuviste una juventud feliz y algún disgusto me diste. Tres horas me ignorabas y luego venías con la cabeza gacha y más nobleza que prisa. Y te quedabas allí, conmigo. Podías ser más exasperante que un parquímetro, pero como no tenías hermanos, hacía como que no. Me adorabas, me habrías seguido al infierno, que es un sitio al que normalmente se llega solo. No tenías el don de hablar, pero siempre nos contamos. Si es verdad que esta vida es solo una partida en un juego, espero encontrarte en la siguiente mano. Y que sea un lugar sin correas, donde puedas correr a por tu palo. (Para un viejo amigo).