Contar defunciones y comunicarlo debe ser tan delicado como caminar sobre copas de champán. Sin embargo, las cifras que a menudo cantan las autoridades al mando en esta crisis carecen de rigor y crédito. Muchos no llegamos a entender por qué es tan difícil el cómputo de víctimas mortales del coronavirus, por más que los datos sean un sumatorio de lo que declara cada comunidad. Un baile de números que en lugar de un vals controlado, parece bachata. Da la sensación de que a algunos políticos las cifras más abultadas les estropean los gráficos y a otros les viene bien como arma arrojadiza contra el oponente. El objetivo es aplanar la curva, aunque eso suponga pasar por alto unas cuantas bajas, o sacarlas de la lista con cualquier excusa. Las trampas al solitario no son buenas ni siquiera para el tahúr. Prefiero la frialdad objetiva de un forense. Cada una de las personas fallecidas tenía amigos, seres queridos, una familia. Lo menos que se merecen es respeto, y no pasar a la historia con lápiz y goma de borrar.