Hemos vivido un verdadero periplo sanitario con mi padre que, con 75 años y buena salud en lo que respecta al aparato digestivo, empezó con una fuerte diarrea en junio, y más de tres meses después, aún sin diagnóstico, ha perdido veinte kilos, cinco de ellos en los últimos días, derivando en una total falta de apetito y una profunda apatía y dificultad de concentración. Yo entiendo que las consultas presenciales tienen que minimizarse por precaución ante el covid-19 pero, ¿cuántos pacientes con otras patologías se quedan por el camino por cada contagio que evitan? Donde mejor está es en casa, nos decían. Esperar, esperar, esperar. Esa ha sido la recomendación repetida. Desde el médico de cabecera, el especialista de digestivo, la urgencia de Cruces… para tener que acabar recurriendo a la medicina privada. Pero el daño ya estaba hecho. Somos tres hermanos y una esposa, nuestra inmensa preocupación es proporcional a nuestro desconocimiento sobre medicina, pero mi padre no era el mismo y eso no nos lo puede negar nadie. Fuimos a urgencias, donde ingresó de inmediato con un cuadro de deshidratación y un fallo renal asociado. Nos han asegurado en el hospital de Urduliz, que es donde llevan ya cinco días haciéndole todo tipo de pruebas, que de allí no sale sin haber encontrado qué es lo que le pasa y cuál es la solución. Mil gracias. Por fin.