El planteamiento general ante el confinamiento ha sido erróneo. Se vio como una obligación en vez de como una oportunidad. Una gran oportunidad de estar en casa, y conocer nuevos rincones, descubrir facetas ocultas de las personas con las que convivimos, iniciar costumbres y aficiones diferentes, probar sabores desconocidos y aprender a afrontar los problemas desde otro punto de vista. La vida es un continuo aprendizaje, que solo finaliza con la muerte. Y yo he descubierto muchas cosas en este confinamiento. La mejor de todas es el silencio. Muchas horas trabajando en soledad, leyendo y haciendo ejercicio, me han hecho valorar el silencio como el gran tesoro que es. Y a la vez, valorar cuando es interrumpido y escuchar a quien lo hace. Lamentablemente la mayoría de las veces con palabras o ruidos que no mejoran en nada la maravillosa quietud que reinaba. Mucho de lo que decimos y escuchamos sobra. Pero, cuando surge algo que merece la pena ser oído, trascendemos la vulgar existencia y cobra sentido nuestra humanidad. Por ello, quiero decir a todos los que se dirigen a mí que, si no van a decir algo realmente importante o interesante, no hablen.