“¿Por qué no acudes montero, que en ese agarre está el perro que más quiero??”. ¿Quién podría amar, respetar y ordenar la naturaleza con más honestidad que un cazador? ¿Quizá el insensato que arrasa montes a dentelladas de fuego, vidrios y latas? ¿Los que abandonan plásticos verdugos? No lo creo. Lindos collares de colores, en el mar y el altozano: pulseras de exterminio. El equilibrio ecológico es indispensable para la vida de todas las especies. La contaminación, la basura o la destrucción del hábitat son los verdaderos factores que pueden acabar con dicho equilibrio. Los cazadores responsables, velan por los recursos naturales y honran el medio ambiente. Sus escopetas van más allá de lo que algunos califican como generadoras de muerte gratuita. Respeto hacia quien piense así, o crea que los pollos, codornices, cerdos, corderos, lubinas y demás animales, de los cuales seguramente se alimentan, mueren por suicidio colectivo. El mismo respeto demandamos los defensores de la cinegética consecuente. Por cierto: la proliferación de jabalíes, zorros y conejos, entre otros ejemplares, se está convirtiendo en un problema muy serio. Al atardecer, haya habido suerte o no, eso es irrelevante, sentados en corro, hogaza, chorizo, queso, bota, conversación, y algún canturreo. Sí, es poesía. Un día alguien me dijo que ser cazador y poeta era una contradicción, pero yo no concibo esa razón -como dice el bolero de Roberto Cantoral-. Va por ti, amigo Juan Mari?