Antes la peor cuña era de la misma madera. Muchos de ellos decían ser vascos y tenían tirria a todo lo que olía a vasco, hacían carrera con miras a Madrid. Este era el caso de aquel vergonzoso lehendakari Patxi López, el que gastó más de 72.000 euros al año en sus clases de euskera y jamás lo aprendió, más allá de dos frases sueltas. No le quedaron a la zaga sus consejeros en derroches y odio. Pero el más destacado del equipo -Urquijo-, por su furibunda actuación era el delegado del Gobierno de España en la CAV, con el cargo menos necesario de todos los existentes y recordándole el ¡que se vayan!, le tocó al menos el cambio.

En su nombramiento se destacó por su obsesión en exigir el cumplimiento íntegro de sus leyes que cabalmente rozaban el esperpento. Antes eran la falta de banderas españolas de los ayuntamientos a sabiendas que eran el símbolo más repudiado y nos recordaba: los sufrimientos de guerra, masacres, fusilamientos, cárceles, expolios, etc.

Más tarde fueron los presos con sus deportaciones a tierras lejanas de su casa y de su patria y la llamada doctrina Parot. Ahora toca a los Casado del PP, Rivera de Ciudadanos y, sobre todo, Vox. Con un Santiago Abascal, convertido en un paladín de los tiempos de la Reconquista Santiago Matamoros, para una nueva horda de la España profunda.